Dirigida por: Marielle Heller/ Actuaciones de: Matthew Rhys y Tom Hanks
Entré a la sala de cine, andaba tarde y muy hambriento. Pero, gracias a lo exigente que se ha convertido la raza humana, el teatro al que fui a ver “Un hermoso día en el vecindario” servía comida a los asientos. Como ya había visto el tráiler, asumí que una hamburguesa sería un buen maridaje para la narrativa a la que estaba a punto de abordar, así que la pedí.
La película comenzó y casi sin darme cuenta ya estaba envuelto en lo que por unos minutos me pareció absurdo: el personaje de Fred Rogers, interpretado por Tom Hanks. Para muchos Estadounidenses, sin embargo, el carácter de Rogers representa una pieza importante de su infancia. Con su show televisivo “El vecindario del señor Rogers” que estuvo al aire por 33 años (1968-2001), este ícono americano inyectaba a la inocencia con un brebaje de humor y optimismo, sobre todo optimismo.
Hanks y sus ademanes, muy ajenos a previas actuaciones de él, me hipnotizaron y la hamburguesa ya me la estaba comiendo en “auto-piloto”. No se sorprenderán que mi abrigo estaba embarrado de salsa búfalo, y yo ni enterarme; mi atención se la robó su impecable actuación. Aunque el señor Rogers no haya sido parte de mi infancia, comprender que se trataba de un hombre de mucha calma y compasión, no fue muy difícil.
En otras ocasiones me vi intrigado por las decisiones creativas tomadas por la directora Marielle Heller. Las pequeñas maquetas que servían de transición de una locación a otra, por ejemplo, medio me enamoraron. La manera en que me sentí incluido al Hanks romper la cuarta pared y mirarme a los ojos, en silencio, invitándome a reflexionar junto a Lloyd sobre las personas que amo… le aplaudo!
Esta película es, en gran parte, sobre reflexión (o auto-reflexión). Lloyd Vogel, interpretado por Matthew Rhys, es un hombre común y corriente cuyas prioridades son su trabajo como periodista de revistas y su familia (en ese mismo orden). Su historia no la llegamos a conocer bien, pero sí sus miedos y frustraciones. Fue quien me subió al tren del señor Rogers y no me dejó bajar hasta que aprendiera a liberar mis angustias, respirar y comenzar de nuevo.
De esta película todos podemos aprender sobre lo mucho que los seres humanos nos podemos dar los unos a los otros. Podemos hacer memoria de nuestra niñez y atesorar nuestras emociones. Y, si prestamos merecida atención al señor Rogers, nos damos cuenta de que siempre es “Un hermoso día en el vecindario”.
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