La República Dominicana ha sido un país amigable y muy amoroso para sus persistentes caricias mortales del COVID 19 a la salud y a la economía. Y no precisamente porque sea invisible, como todos los virus.
El tema es el anfitrión y en concreto como la pasión de nuestra clase dominante-gobernante por el capitalismo neoliberal, le ha creado óptimas condiciones para propagarse y agravar la salud colectiva y las carencias de medios de vida y recursos para cubrir necesidades básicas.
La subordinación a EE. UU., el impacto del binomio corrupción-impunidad y la entrada a la dinámica perversa de la globalización capitalistas neoliberal impuestas por la clase dominante-gobernante ha convertido a la República Dominicana en un país con condiciones estructurales de altos riesgos y enorme vulnerabilidad frente a fenómenos naturales, epidemias y pandemias como la del COVID 19 en expansión.
Las recetas neoliberales aplicada durante tres décadas dejaron la economía y los servicios sociales a la deriva de un supuesto libre mercado controlado por las transnacionales y las grandes empresas capitalistas locales.
Durante años los diferentes gobiernos en RD han aplicado las políticas neoliberales privatizando servicios y empresas estatales, y desplegando la corrupción estatal.
Por demás, con la Constitución de 2010, el capitalismo neoliberal adquirió rango constitucional e infectó todo el marco jurídico, económico y legislativo que rige el funcionamiento del Estado y la sociedad.
Consecuencias fatales
Todo esto se ha traducido en las siguientes realidades:
- Las leyes de salud y seguridad social, junto a todas las políticas públicas correspondientes, fomentan el lucro privado en lugar del bienestar colectivo.
- El sistema educativo, público y privado, fue Impregnado de una visión mercantilista, que en vez de formar seres humanos libres y solidarios, solo busca transmitir conocimientos técnicos y productivos que permitan engordar el capital, a la vez que mercantiliza progresivamente la enseñanza.
- Las leyes electorales y el ejercicio de la política fueron contaminadas en alto grado por el mercantilismo político y la corrupción impune.
- El consumismo superfluo ha alcanzado niveles alarmantes.
- Los hábitos de consumo, incluido los alimenticios, cambiaron para peor.
- La estructura social quedó disgregada y trituraron la cultura de solidaridad.
- El egoísmo ha sido inyectado en grandes dosis a la sociedad junto a la ambición por el dinero.
En ese contexto las opresiones y discriminaciones: patriarcado machista, racismo, menosprecio por los niños/as, adolescentes y jóvenes… han sido usadas para el crecimiento de las fortunas y el poder a cargo del gran capital privado, la partidocracia y sus personeros.
El afán de lucro por vías legales e ilegales se disparó.
La corrupción se expandió en partidos, Estado, Gobierno y en no pocas empresas privadas; siempre protegida por un régimen de impunidad.
Las desigualdades crecieron brutalmente y los de arriba se tornan cada vez más autoritarios, insensibles y deshumanizados; más propensos a considerar los cargos públicos, las finanzas del Estado, el patrimonio natural del país y los partidos políticos como patrimonio propio o de sus empresas y negocios.
Así se ha creado una asociación mafiosa entre la partidocracia, altos funcionarios, representantes del gran capital privado y políticos enriquecidos al vapor.
A consecuencia de esa perversa dinámica en la acumulación de riquezas y poder, la salud pública, la seguridad social, la educación, el régimen alimenticio, la seguridad ciudadana, las relaciones hombre-mujer, adultos machos-jóvenes y envejecientes, democracia-despotismo y, en fin, las condiciones de existencia del pueblo dominicano, se empeoran más de lo que estaban, empobreciendo enormes contingentes humanos.
La crisis acumulada en las últimas décadas le creó las condiciones al nuevo coronavirus para generar una nueva y peligrosa fase de la crisis de salud, y precipitando de paso el desplome de la economía, afectando la mayoría de las fuentes del cacareado crecimiento y situando a nuestro país entre los peores impactados por la pandemia y entre los más incapacitados para detener la cadena de muertes y sufrimientos, la depresión económica y la hambruna que se avecina.
El COVID-19 frente a esta realidad, seguida de las consiguientes indolencias de los que detentan el poder y los que compiten para hacer cosas parecidas, se está riendo con la muela de atrás.
Vale el dicho, aquí solo el pueblo, salva al pueblo.
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