Por: Esmerarda Montero Vargas (Magíster en Comunicación Social. Investigadora predoctoral del Departamento de Comunicación Audiovisual y Publicidad Universidad del País Vasco/Euskal Herriko Unibertsitatea (UPV-EHU)
Para nadie es un secreto que actualmente la República Dominicana se enfrenta a una violencia generalizada cada vez más creciente, los informativos televisivos, los periódicos impresos y digitales, y las demás plataformas de internet se hacen eco de ello a diario, recogen tanto los hechos que horrorizan a la población, como las reacciones de la ciudadanía que se siente cada vez más insegura aun en sus propias casas.
Como resultado de ello, la paz se ha mudado de nuestras calles, circular por el espacio público se ha convertido en una operación de supervivencia, donde dos ojos no bastan para cubrir todos los ángulos, y ninguna vestimenta es lo suficientemente austera como para no llamar la atención de los que se dedican a hurtar, atracar con violencia y en el peor de los casos a herir y arrancar la vida a sus víctimas.
Así, las notas rojas están cada día más ensangrentadas con los episodios de crímenes que se registran a lo largo y ancho de toda la geografía nacional, y que van más allá del resultado de la delincuencia común, ya que la tolerancia para con el prójimo se ha esfumado, sustituida tristemente por armas de gatillo rápido que ciegan con facilidad la vida de las personas por disputas tan simples como un lugar de aparcamiento, o el roce entre vehículos.
Obviamente es trabajo de los medios recoger las distintas informaciones y transmitirlas al público, pero cómo se realiza ésta labor marca una gran diferencia, no solo en la percepción que se hace la sociedad del entorno, sino en cómo actúa frente a los hechos.
Cuando la noticia se centra en escudriñar en los detalles más morbosos y escandalosos de los acontecimientos y deja fuera el contexto, se da rienda suelta al caos.
Cuando se narran las historias estrictamente desde el punto de vista emotivo se adormece la función de la información que debe invitar a la reflexión y el activismo en pro de mejorar la situación.
Ciertamente, los medios no provocan de manera directa los hechos, pero la forma en que los aborda infiere en la manera en que se asumen a posteriori.
¿Qué pueden hacer los medios a fin de aportar algo más que entretenimiento a través de las noticias sangrientas?
Tratar las informaciones con honestidad, exponiendo no solo los hechos, sino el contexto en que ocurren.
Respetar la dignidad de las víctimas. No es necesario exhibir cadáveres en avanzado estado de descomposición o destruidos por accidentes violentos, para informar adecuadamente sobre lo ocurrido. La desgracia no es un espectáculo y la dignidad debería respetarse más allá de la muerte.
Constatar las informaciones antes de hacerse eco de ellas, de esta forma se evitan falsas alarmas y malos entendidos.
Triangular las fuentes, exponer noticias sin consultar todas las fuentes posibles, no es lo más idóneo.
Recordar que la labor periodística tiene como destino último una función social, en la que se busca el bienestar general del público, defendiendo principios como la verdad, asumiendo a conciencia que la vigilancia y exposición de los comportamientos de los estamentos de poder y administración del Estado, permiten mantener el equilibrio democrático.
Desarrollar contenidos que vayan encaminados a crear conciencia sobre la necesidad de educar en valores, de implementar comportamientos preventivos frente a los peligros que gobiernan las calles, y huir del tratamiento noticioso que fomenta el odio, la discriminación y el oportunismo en todas sus formas.
Evitar asumir las informaciones como un espectáculo, desarrollar conciencia del hecho de que los medios masivos tienen una gran influencia, y por lo tanto una gran cuota de responsabilidad social.
Ciertamente estos lineamientos no son la panacea para la descomposición social que nos asola, pero si son medidas que contribuyen a lograr unos medios que sean parte de la solución, no del problema, que sirvan de faro a la población en medio del caos y no como distractores banales que perpetúen un ciclo donde cada organismo se centra en su propio bienestar y niveles de audiencia, dejando como resultado final una población alienada y en constante alarma social.
No es cuestión de dulcificar la realidad, sino de apegarse a ella y tratarla acorde a unos lineamientos que no se basen en explotar el dolor, fomentar el escándalo y el miedo, sino en ofrecer un oportuno conocimiento de las situaciones que nos aquejan.
En cuanto al público, ejercer una ciudadanía responsable implica estar debidamente informado sobre lo que ocurre a nuestro alrededor, por ello, constatar lo que se lee o se ve por televisión antes de darlo por bueno y válido, también es un deber.
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