El impacto de la corrupción en la democracia es correctamente presentado como negativo por todos los académicos que han estudiado este tema, dada la importancia que tiene una democracia funcional sobre la buena gobernanza y el desarrollo de un país, es de gran interés que esta no se vea lisiada por la corrupción.
Los problemas que vinculan la corrupción y la democracia en América Latina plantean importantes desafíos políticos y analíticos, políticos porque los gobiernos han demostrado un talento excepcional para evitar la detección y el enjuiciamiento de los corruptos, mientras luchan por reducir los niveles reales y de percepción de corrupción; y analítica porque es difícil reunir suficiente información para comprender completamente una actividad ilegal, especialmente en países donde ha habido colusión entre los sectores público, privado, nacional e internacional para protegerse y ocultar sus actos de corrupción.
Una democracia débil da entrada a prácticas como el clientelismo. Los académicos Luigi Manzetti y Carole J. Wilson, en su ensayo titulado Por qué los gobiernos corruptos mantienen el apoyo público, mencionan que es común ver personas que apoyan a un gobierno corrupto que practica clientelismo político. Esto implica intercambios de favores mutuamente beneficiosos de magnitud desigual, como personas que reciben trabajos, permisos, pensiones y otros beneficios más básicos a cambio de un voto.
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Esta práctica está ampliamente difundida y aceptada (aunque no necesariamente celebrada) en los países de América Latina, donde es común escuchar que para obtener un trabajo decente, es obligatorio tener contactos dentro del gobierno. Pequeñas prácticas como esta, que están relacionadas con la debilidad institucional, son las que ayudan a que la corrupción se produzca día a día en todas las instancias gubernamentales.
La naturaleza elitista de las democracias latinoamericanas es otro factor que influye a la expansión de la corrupción, el poder permanece concentrado dentro de ciertos grupos y su supuesta inclusividad no se traduce a la realidad. Respecto a esto, el profesor Alfredo Rehren argumenta: "La concentración de poder en el ejecutivo, la personalización del poder presidencial y los niveles decrecientes de participación política, contribuyen a los bajos grados de responsabilidad horizontal y vertical y crean las condiciones para la expansión de la corrupción (Política y corrupción en la democracia Chilena)”.
Rehren sostiene que la inclinación que tienen los presidentes por fortalecer la oficina (a menudo esto incluye concentrar el poder político a su alrededor) y mantener opacos los asuntos gubernamentales agregan a las condiciones que alimentan la corrupción.
Estos vínculos se relacionan de alguna manera u otra con los procesos democráticos como las elecciones presidenciales y congresuales periódicas. Las elecciones presidenciales son consideradas por algunos como la máxima manifestación de la democracia, y cuando estas corren el riesgo de verse influenciadas por prácticas son de conocimiento común en muchos países de América Latina como la compra de votos, distorsión de la información o el uso de recursos del Estado para ayudar a un candidato particular a ganar. No podemos decir que estos procesos están tan limpios como los gobiernos quisieran hacernos creer.
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