Cada 27 de febrero es de mucha reflexión para mí. Confieso que no es tanto por el aniversario de la Independencia Nacional ni por la rendición de cuentas del presidente de la República en el Congreso Nacional. Es porque ese día, en 1987, mi padre falleció. Esto indica que ya han pasado 34 años de su partida.
A mi padre, José Antonio, sus familiares cercanos de llamaban René. Tenía la particularidad de que, sin haber cursado más que un quinto grado de primaria, estaba colmado de sabiduría, la cual expresaba en sus consejos constantes, cual si fuera un anciano de muchos años vividos, a pesar de que murió a la temprana edad de 47 años.
Siempre digo que tal vez nos repetía tantos consejos a mis hermanos y a mí, porque presentía que partiría temprano y debía dejarnos su adoctrinamiento con tiempo de antelación.
Recuerdo que mi padre siempre nos decía que tratásemos de no acoger familiares no cercanos ni amistades en el hogar donde habríamos de vivir.
Su teoría era simple: Si recibes en tu casa a un familiar para vivir unos cuantos meses, tendrías que hacer una inversión para mantenerlo (casa, habitación, comida) y, al cabo de un tiempo, lo más probable es que cuando se vaya, lo haga disgustado o quejándose si le pides que busque donde vivir tras un tiempo prudente de manutención gratuita.
En cambio, si ese familiar o amigo llega a tu casa con la intención de que lo acojas unas semanas o meses, es mejor que hagas un sacrificio y busques un “dinerito” (dos o tres cientos de pesos, decía en ese tiempo. Ahora serían dos o tres miles de pesos), le dices que no puedes acogerlo en tu hogar por cualquier razón y le das el dinero “para que se ayude”.
Con ese gesto de tu parte -decía don René- tu familiar o amigo se irá con el sentimiento de que no pudiste acogerlo, pero lo ayudaste porque le diste un dinero para que pueda resolver en la medida de lo posible. Eso -agregaba mi padre- te saldrá más barato y gratificante.
Si, en cambio, lo hubieras recibido unas semanas en tu casa, es seguro que tras un tiempo comenzarían las diferencias intrafamiliares y el disgusto de su parte en el momento en que tengas que recordarse que su estadía no es permanente y que en algún momento tiene que partir. Si no hace aporte económico ni ayuda con los oficios se convierte en una carga y si aporta económicamente, entonces asumirá que tiene un derecho adquirido en el hogar donde es acogido y se hará más exigente.
Las personas tienden a perder de vista el valor de un gran favor como la acogida en tu hogar durante un tiempo y agradecen más el hecho de que les facilites algo de dinero pidiéndole que sigan su camino. Esa segunda opción es la más recomendable para quien desea vivir en paz con su familia directa y sin interferencias de terceros visitantes.
Es posible que al leer esta reflexión usted considere que no es malo acoger a algún amigo o familiar en necesidad, más si usted vive solo y tiene suficiente espacio en su casa.
Pero mi padre se refería al llamado “hogar nuclear”, donde viven papá, mamá y los hijos. En esa condición, lo más recomendable es que usted no acoja a terceros como huéspedes. Trata de que cada quien esté en su lugar y de que la condición de su hogar, de su familia, esté concentrada en los miembros que deben estar, no más de ahí.
Verá que se le hará más fácil, más efectivo y menos costosa la manutención y formación de su familia en esas condiciones y no con la participación activa de terceros familiares o amistades en su hogar.
Puede ocurrir un caso excepcional, donde haya que acoger a la madre o al padre de su pareja, pero aun cuando esa situación pueda ser inevitable, no deja de generar conflictos en determinados momentos. Lo ideal, al formar tu hogar, es que te asegures de que tus padres y tus suegros tienen a su vez lugar seguro para vivir.
Acoger a un huésped en casa, sin tiempo previamente definido para su retiro, puede resultar en un costoso error, tanto económico como emocional.