Por: Belén Delgado
Hace 10 años que la mexicana Lucenia Cuenca no ve a su madre, que emigró y no pudo enseñarle todas las tradiciones que ella hubiera querido, como las recetas de cocina con las que neutralizar la comida basura.
“¿Cómo podemos seguir aprendiendo si las familias se separan?”, es la pregunta que se hace Lucenia, a quien le costó aceptar que su madre intentaba ayudarla desde Estados Unidos mientras ella vivía con abuelos y tíos en un pueblo de la región mixteca, en el sur de México.
Con 18 años recién cumplidos, es una de las pocas chicas de esa empobrecida zona que pudo ir a la universidad –“muchas de mis amigas ya se han casado”, afirma- y en su nueva etapa estudiantil echa en falta “los conocimientos para poder cocinar tradicionalmente”.
“Algo aprendí viendo a mis tías en la cocina, pero no es como vivir con tu mamá y, ahora que me desplacé sola a otro lugar para estudiar agronomía, me estoy adaptando”, comenta a Efe en Roma, adonde viajó esta semana tras ser elegida para participar en una conferencia de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) y la ONG Save the Children.
La transición a la edad adulta es especialmente difícil para los niños y adolescentes que sufren la pobreza y todo tipo de problemas alimentarios, como los 151 millones de menores de cinco años con retrasos en el crecimiento por desnutrición o los 38 millones que tienen sobrepeso, según Naciones Unidas.
Un colectivo de riesgo lo forman las adolescentes de los países en desarrollo, que corren más riesgo de quedarse embarazadas, casarse pronto y, por pasar hambre, morir en el parto o tener hijos malnutridos.
Mejorar la atención que se les presta, invertir en su educación, reconocer su trabajo y tomar en cuenta sus opiniones fueron algunas de las conclusiones a las que llegaron los expertos y participantes del encuentro.
“Queremos conocer nuestra cultura para crecer positivamente”, reivindicó la nicaragüense Joseane Mendoza, miembro de la etnia miskito, que a sus 16 años se quejó de que “la educación pública es muy pobre y se está creando una grieta grande entre la tradición y el consumo de lo que se ve en publicidad”.
De los alimentos nutritivos que las comunidades solían cultivar y comer se pasó a la compra cada vez más frecuente de la tan anunciada comida chatarra, a bajo precio y sin nutrientes, que atrae a jóvenes y mayores hacia la malnutrición.
En Kenia, Jane Napais es una joven voluntaria que visita a las adolescentes embarazadas en sus casas para asegurarse de que siguen los consejos de nutrición que les dan antes en grupo.
En uno de sus paseos por las escuelas, de donde van descolgándose las chicas que se casan o son madres, contó que encontraron a una niña “solitaria” que resultó haber sido violada por el marido de su hermana, quien le contagió el VIH y la dejó preñada.
“Pedimos al gobierno una plataforma donde compartir los problemas que afrontan esas personas” para darles la voz y las oportunidades que no tienen en su vida, dijo.
Procedente de Kirguistán, Manata Sadykova criticó las presiones que jóvenes como ella deben soportar, como la insistencia de su suegra para que tenga hijos, pese a que padece anemia (en el mundo hay 613 millones de mujeres en su situación) y ella prefiere curarse antes de dar ese paso.
“Nada de charlas aburridas. Queremos formarnos hablando y practicando”, reclamó, frente a la ignorancia extendida en temas de nutrición.
La coordinadora de la Red de la ONU para el movimiento global Fomento de la Nutrición (SUN, por sus siglas en inglés), Purnima Kashyap, subrayó a Efe que hay que integrar a las más jóvenes en los programas de desarrollo, incluyendo sus perspectivas, así como animarles a que participen en ellos supervisándolos con “auditorías sociales”.
Además, apuntó, la juventud, la igualdad de género y la alimentación están tan relacionadas entre sí que deben abordarse desde todos los sectores, sin excepción.