Como extraído de una novela de Dean Koontz, un enemigo invisible ha puesto a la humanidad en suspenso. A la fecha, con 3.7 millones de infectados y cerca de 265 mil muertos en todo el mundo (OMS), el coronavirus Covid-19 esta cambiando el curso de la historia moderna. Carentes de vacuna o algún tratamiento efectivo, los expertos han recomendado implementar medidas de distanciamiento físico con el objetivo de reducir la velocidad de propagación del virus.
Desafortunadamente, la mayoría de nuestras actividades requieren la cercanía y el roce con otras personas. Por consiguiente, las medidas de distanciamiento físico traen consigo una seria de consecuencias que debemos de sopesar al momento de adoptarlas. A grandes rasgos, el mundo se ha dividido en dos. Por un lado, hay quienes abogan por medidas limitadas que permitan el mayor movimiento posible, aceptando que esto pudiera provocar un aumento en el numero de muertes. Por otro lado, muchos prefieren tomar las medidas que sean necesaria con tal de salvar tantas vidas como se pueda.
Pocos gobiernos han adoptado la primera opción. De hecho, Suecia es uno de los pocos países donde las escuelas continúan abiertas, muchos negocios siguen operando y la gente puede moverse libremente. En contraste, casi el resto del mundo opto por imponer medidas estrictas que van desde prohibir reuniones de más de diez personas hasta el toque de queda. Sin embargo, pienso que tanto la evidencia como la moral respaldan el modelo sueco.
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En primer lugar, aún desconocemos la tasa de letalidad de este virus. Por múltiples razones, no se han realizado pruebas aleatorias con la población general para determinar una cantidad más exacta de individuos que han sido contagiados. Lo que sí sabemos es que hay más personas infectadas de la que confirman las pruebas (Bendavid et al 2020). Por tanto, debido a que el numero real de infectados es más alto que el numero oficial, es muy probable que esta enfermedad no sea tan letal como se creyó inicialmente.
Claro esta, la evidencia muestra que los ancianos y personas con enfermedades subyacentes están en mayor riesgo de morir si contraen el virus. Sin embargo, pienso que las medidas adoptadas por la mayoría de los países para desacelerar la propagación del virus han desbordado la dimensión de la amenaza. ¿Ha sido efectivo suspender casi toda actividad humana? La respuesta depende de qué números miremos y cómo los analicemos.
Al momento, puede parecer que el abordaje sueco ha sido un fracaso. Con más de 22,000 casos confirmados y casi 3,000 muertos, Suiza supera la tasa de infección y mortalidad de sus vecinos Noruega (casos confirmados: 7,847; muertos: 213) y Dinamarca (casos confirmados: 9,670; muertos: 484). No obstante, esta imagen podría cambiar drásticamente en los meses venideros.
Es un hecho que no podremos erradicar este virus hasta que se tenga una vacuna o se alcance inmunidad de grupo. Países como Singapur y Corea del Sur han visto un aumento en la cantidad de infectados después de haber relajado algunas medidas de distanciamiento. Esto indica que probablemente no haya manera de evitar el contagio general de la población, a menos que mantengamos a las personas aisladas hasta que se desarrolle una vacuna.
Aunque Dinamarca y Noruega parecen tener mayor éxito que Suecia, aún esta por verse como terminan esos números a medida en que vuelvan a operar con cierta normalidad. Cabe resaltar que los hospitales suecos han podido responder a la demanda sin suspender sus actividades rutinarias. Ciertamente, no todas las comunidades han podido lograr esto. De hecho, en ciertas provincias de Italia y algunas ciudades de EE. UU. se han visto abrumadas por casos de Covid-19. De todas formas, pienso que estas situaciones pudieron haberse manejado con políticas locales, no nacionales.
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A pesar de no ser claro aún, intuyo que hemos pagado un precio muy alto a cambio de reducir la velocidad de propagación del virus, que, a fin de cuentas, luce ser inevitable. No se trata de pensar en la encomia en términos abstractos, sino del impacto real que tiene la paralización de las actividades en nuestras vidas. En todo el mundo, millones de personas han perdido sus empleos, miles de negocios han quebrado, miles de tratamientos médicos han sido postergados, y miles han muerto sin tener un familiar a su lado.
Por otro lado, reconozco que países como el nuestro no tienen mucha libertad de elección. En América, EE. UU. traza la pauta. Es muy difícil, sobre todo para países donde el turismo es importante, que América Latina implemente políticas contrarias a las estadounidenses en asuntos como este. De todos modos, con la manifestación del peregrino en Puerto Plata, los aglutinamientos que provocaron el Plan Social de la Presidencia, los arrestos de la Policía Nacional y las aglomeraciones en los mercados, habrá que analizar, cuando pase todo esto, que tan efectivas han sido estas medidas.
Se que algunos entenderán amoral sugerir que no hagamos todo lo posible por evitar la muerte de cualquier persona. A ese grupo, quiero recordarles que toda actividad humana conlleva riesgos y que en muchas ocasiones ponderamos los beneficios de ciertas actividades por encima del riesgo que conllevan. Por ejemplo, si los gobiernos obligaran a los fabricantes de autos a construir vehículos que no puedan viajar a más de 30km/h, muchas vidas que se pierden en accidentes se salvarían. Obviamente, creo que pocos estaríamos dispuestos a volver a andar a caballo por evitar accidentes de transito.
El veredicto aún no se ha emitido. Suecia y algunos estados de EE. UU. como Georgia han de servir de grupos de control en el experimento del distanciamiento físico. En unos meses veremos si realmente todas estas medidas fueron necesarias para salvar vidas o si estamos exagerando el abordaje por culpa del pánico que crean los medios de comunicación y la necedad que tienen muchos de controlar todos los resultados.
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