La semana pasada la diputada Faride Raful se colocó en el ojo del huracán, cuando la emprendió contra una resolución sometida por la también diputada Besaida González y que contempla dar cumplimiento a la Ley 44-00. Esta dispone la lectura y la instrucción bíblica en las escuelas, a lo cual Faride Raful se opuso bajo el argumento de que la misma se contrapone con el derecho fundamental de la libertad de conciencia y de cultos consagrado en el artículo 45 de nuestra Constitución, entre otros.
La posición de la legisladora generó las más virulentas críticas en diversos sectores, fundamentalmente en el litoral cristiano. Desde allí, decenas de voces pidieron la efervescente cabeza de la diputada, calificándola de anticristiana.
En honor a la verdad, soy de la opinión de que Faride Raful pecó de desproporcionada en sus afirmaciones. En primer lugar, el hecho de que se encuentre estipulada en una ley adjetiva la lectura de la Biblia en los centros educativos no prohíbe que cada dominicano goce de la libertad de profesar y practicar el credo religioso que estime conveniente, como de hecho acontece.
Por otro lado, no se corresponde con la realidad la afirmación de la diputada en el sentido de que el nuestro es un Estado laico. Más de una evidencia lo dejan establecido de manera meridiana: los artículos 31 y 32 de nuestra Carta Magna refieren una cruz y una biblia en nuestra bandera y nuestro escudo respectivamente.
El propio Juan Pablo Duarte, Padre de la Patria, colocó la impronta del Cristianismo en nuestra dominicanidad cuando invocó el memorable Juramento Trinitario, el cual inicia con la frase: “En nombre de la Santísima, Augustísima e indivisible Trinidad de Dios Omnipotente…”.
A eso sumémosle el artículo 4 de la Ley General de Educación, 66-97, el cual refiere: “Todo el sistema educativo dominicano se fundamenta en los principios cristianos evidenciados por el libro del Evangelio que aparece en el Escudo Nacional y en letra Dios, Patria y Libertad”. Resulta en un tremendismo las palabras de la legisladora cuando sentenció que “…imponer la Biblia en todas las escuelas… es sacar del sistema (!) a decenas de ciudadanos que profesan otras religiones…”.
En lo atinente a muchos de aquellos ciudadanos que manifestaron su rechazo a la posición de la congresista, como son los casos de los reverendos Ezequiel Molina y Domingo Paulino Moya, no cabe dudas de que dieron muestras de mucha intolerancia y falta de empatía, entre otros valores por demás cristianos.
Decir que Faride Raful tiene “miedo” a que la Biblia sea leída en las escuelas, es una afrenta y una agresión injustificable. Aseverar por esto que la lucha anticorrupción que lleva a cabo puede ser “una farsa” es un golpe bajo propio de aquellos que violan las reglas del debate orientado a la paz y la convivencia pacífica. Advertir que, por haber externado su opinión, Faride “… pagará…” en el próximo certamen electoral porque “… los cristianos ya conocemos a Faride, no seremos engañados”, es la más clara demostración de que, a pesar de su sagrado ministerio, hay personas que no han comprendido que votar es una decisión individual, por lo cual deben referirse a este tema a título personal. Esto, en verdad, llama a mucha preocupación.
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