En su discurso del 27 de febrero pasado, el presidente de la República señaló que la criminalidad ha venido descendiendo desde el año 2012. Puntualizó que la tasa de homicidios se encuentra en 10.4 por cada 100,000 habitantes, una caída de casi 10 puntos respecto a 2012. Todo ello, sustentado en Insight Crime, una fundación con sede en Washington dedicada a la investigación en América Latina.
Danilo Medina remarcó además: "… estamos luchando contra otro delito que… (también) afecta a la tranquilidad de las personas en la calle (y yo agrego que también en los propios hogares. Casos como el de Cristina García, en la Torre Pedro Henríquez Ureña, así lo confirman). Me refiero al robo que, de nuevo, según nos dicen los datos contrastados, están también en claro descenso…"
Insight Crime revela también: "… Aunque esto muestra que se mantiene una tendencia (a la baja)… un sondeo reciente indica que la inseguridad pública sigue siendo una de las principales preocupaciones de la población dominicana". En efecto, gran parte de la población ha sido impactada por la delincuencia, directamente o indirectamente.
Es por ello que, al tiempo que las autoridades continúan realizando esfuerzos por disminuir la tasa de criminalidad, cada dominicano debe abordar la problemática con los recursos psicológicos con que cuenta. Porque el problema de ser víctima de la delincuencia es la percepción de vulnerabilidad que se puede sentir. El problema es el estrés y la irritabilidad.
El problema es la sensación de indefensión. Es la falta de concentración y las pesadillas recurrentes. Es la pérdida de confianza y la hipervigilancia cuando se evaden las situaciones que se asocian con la tragedia. Es el cambio indeseado y a veces irracional en los hábitos. Es la tensión muscular y las enfermedades que de ellas se pueden derivar. Eso se llama trastorno por estrés postraumático.
Es natural que los ciudadanos continúen exigiendo más acciones. Pero también se debe aprender a identificar estrategias para superar situaciones potencialmente traumáticas y salir fortalecidos de las adversidades. Aprender, por ejemplo, que la pregunta "¿por qué a mí?" tiene su primera respuesta en el hecho de que todos, absolutamente todos, somos vulnerables. Aprender que no tenemos todo el control de las situaciones.
Se debe aprender a tomar medidas de seguridad inteligentes, pero jamás autoflagelarse por lo que supuestamente se pudo haber hecho y no se hizo. Aprender a identificar los propios valores y capacidades, para levantarse y continuar. Aprender a enfrentar los miedos, a no esconderlos bajo en el inconsciente. Aprender que el mundo es un lugar inseguro donde abunda la maldad, pero también alegrarnos por contar con la ayuda de familiares y amigos.
Aprender a ser agradecidos con Dios por todo lo que aún tenemos. Aprender a amar, a amarse a sí mismos y ser solidarios, porque el amor y la solidaridad proporcionan valor y protección. Aprender a reír aún en la adversidad. Aprender a ser tenaces, pero también a adaptar las metas a los cambios. En una palabra, aprender a doblarse sin llegar a romperse. Eso se llama resiliencia, y fue lo que menos la delincuencia pudo robarme la semana pasada, cuando pasé a ser parte de aquel lamentable 10.4.
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