Al leer el título de esta columna es posible que muchos piensen en que el tema es sobre dinero, meramente económico; pero no es así.
En realidad, es sobre la convivencia social, aunque los ejemplos que daré se pueden aplicar en el ámbito de los negocios, pues se trata de ganar o perder, en cualquier caso.
En otras ocasiones me he referido a estos temas, pero no por la intención que me mueve en este momento. La motivación ahora es por lo acontecido recientemente entre un mayor general (almirante) retirado de la Armada dominicana y un comunicador. El primero mató al segundo en represalia, porque éste le habría agredido físicamente sin razón. Las responsabilidades tocarán a los tribunales.
Sin embargo, el hecho cierto es que dos individuos cayeron en desgracia y junto a ellos sus familiares cercanos, por llevarse de los impulsos, antes que de la inteligencia emocional positiva.
En mi caso, siempre he tenido por creencia de que es mejor pasar por “pendejo” y salir bien, antes que presumir de guapo para terminar perdiendo, aunque aparente que he ganado.
Recuerdo cuando pequeño que mi padre y mi madre nos llevaron a los cuatro hermanos al Parque Zoológico Nacional. Cuando estábamos en fila para tomar el tren del recorrido, llegó un hombre con aire de agresividad, nos tomó el turno y fue grosero cuando mi padre le reclamó.
A mi hermano y a mí nos sorprendió que nuestro papá no haya defendido su derecho y evitara una discusión mayor, a lo que él nos dijo: “mis hijos, yo no soy cobarde, lo que soy es evitador”. Con el tiempo nos dimos cuenta de que nuestro padre analizó la situación y razonó sobre cómo, de armar un pleito, terminaría perdiendo más por menos, aunque ganara la pelea. Pensó en su familia.
Posteriormente, me ocurrió algo parecido. Yo estaba con mis tres hijos pequeños y mi esposa, en una vía de la capital en nuestro vehículo.
Fue hace más de 20 años. Había una camioneta grande delante de nosotros con un señor (cincuentón) y una chica de no más de 25 años. Cuando le toqué la bocina para que avanzara, el individuo, en lugar de avanzar, lo que hizo fue retroceder intencionalmente con su enorme defensa trasera y golpeó la parte delantera de nuestro carrito. Luego avanzó.
Ante esa actitud prepotente y abusiva, yo, que llevaba una pistola con permiso legal, tuve la intención de seguirlo, reclamarle y, de ser posible, vengarme. Pero decidí algo positivamente distinto. Respiré profundo, analicé la circunstancia (estaba con mi esposa y tres niños pequeños) y dejé eso así.
Los niños no se dieron cuenta y mi esposa de entonces, que hoy es mi amiga, sé que de leer esto recordará que guardamos silencio todo el camino hasta llegar a casa, sanos y salvos.
En ambos casos, el de mi padre y el mío, pasamos por “pendejos”, aunque yo prefiero decir “evitadores”, y nos libramos de pleitos que, aún ganándolos, nos podrían llevar a desgracias mayores.
En el caso del general y el comunicador, habría sido distinto si el segundo no hubiera agredido al primero; pero, además, la diferencia habría sido mucho mayor si el general, en lugar de reaccionar de manera airada y envalentonado, hubiera decidido respirar profundo y asumir esa situación como una batalla perdida, pero no una guerra mal ganada. Hoy el comunicador estaría vivo y él estaría en libertad.
Ambas familias estarían bien, más si se considera que él andaba solo, con lo cual, nadie en su entorno se habría enterado de que sufrió una humillación.
Recuerdo que mi padre también nos decía: “mis hijos anden siempre solos. De esa forma, en caso de que les ocurra algo humillante y tengan que evitar el pleito o salgan perdiendo, nadie de su entorno lo sabrá y ustedes podrán relatar el cuento diciendo que ganaron, sin que los demás sepan que en realidad perdieron”.
Puedes pelear con alguien que te haya dado una golpiza. Llegas a tu casa todo “abollao” y dices: “peleé con tres, los majé a los tres. Aunque me dieron unos cuantos golpes, finalmente salieron corriendo”. Es mentira, pero como nadie andaba contigo, a quien se lo cuentes, tiene que creerte.
Sé que para un militar es difícil aguantar una agresión, pero su propia condición de militar debió hacerle recordar que se pierden batallas para, finalmente, ganar la guerra. No lo contrario.
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