Muchas familias afrontan el problema de un hijo o una hija que cultiva una dependencia económica y afectiva de los padres, que no le gusta trabajar o si trabaja no quiere asumir responsabilidades en la casa y extiende la etapa de pasar de la adolescencia y la juventud a la adultez, creando una relación afectiva dañina en la familia.
A esa persona los psicólogos clínicos Alexandra García y Josefer Hoepelman la definen como “adultescentes”, que es aquella que no quiere madurar y solo mantenerse bajo “la falda” o la dependencia del padre o la madre.
García explicó las etapas de vida de las personas, que manifestó inicia con la niñez, pasa a la pubertad, sigue a la adolescencia y que continúa con la adultez o madurez.
Expuso que hay adolescentes y jóvenes dentro de una familia que no maduran en su comportamiento de vida y se resisten a pasar de la juventud a la adultez, rehusándose a salir de la casa, a casarse, a trabajar, tener hijos o si los tienen no querer mantenerlos, porque no quieren asumir responsabilidades.
La persona que desarrolla ese tipo de vida busca justificarse ante los padres y demás hermanos que han decidido independizarse, casarse y tener un modo de vida diferente.
Josefer Hoepelman afirmó que en República Dominicana y muchos países latinos, diferente a lo que ocurre en naciones desarrolladas, se ha vuelto cultural el apego paterno o materno a un hijo, que motiva la dependencia afectiva mutua.
Señaló que ese tipo de persona se quedan en la casa materna, se pelean y la madre lo trata como un niño, se rebela diciendo que no lo es, pero no quiere asumir la responsabilidad de un adulto.
De su lado, García indicó que esa persona quiere disfrutar de todos los privilegios, permanecer en la residencia materna, que le planchen y laven la ropa, que le den la comida y la vistan de tenis o zapatos de marcas, que le den para el disfrute personal y fiestar.
“Es decir, viven su vida de popy”, expresó Hoepelman, término acuñado para identificar a los llamados “hijos de papi y mami”, a los que los padres o hermanos les dan de todo.
Ambos profesionales advirtieron y los exhortaron a evitar desarrollar ese tipo de relación afectiva extrema con los hijos, porque resultaría dañina, ya que no le impregnan el valor de la responsabilidad y la independencia, de formar familia y asumir su rol como adultos.
Hoepelman dijo que cuando se desarrolla ese tipo de dependencia de hijo a padre o madre, en el caso del hombre es mal visto socialmente, incluso aunque trabaje, mientras que en la mujer es más aceptable.
Los adultescentes, coincidieron García y Hoepelman, son codependientes, pero hay casos en los que se desarrolla una ganancia afectiva y emocional de parte de los padres, porque al casarse los demás hijos, el que queda en la casa les sirve de unidad como pareja y en ocasiones de protección familiar, pese a que nada aporte desde el punto de vista económico o en la solución de problemas domésticos o caseros.
“No les interesa madurar ni ser independiente, sea viviendo solo o en pareja, no quieren asumir responsabilidades”, enfatizaron.
Alexandra García y Josefer Hoepelman recomendaron que cuando ocurran casos de adultescentes los padres busquen la ayuda de profesionales de la psicología o la psiquiatría para tratarlos o de líderes de las entidades sociales o religiones a las cuales dedican parte de su tiempo o en las que están organizados.
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