El personal de salud que se encuentra en las trincheras batallando para salvar las vidas de los pacientes afectados por el COVID-19, atraviesa por una compleja situación. Nos referimos no solo a los médicos, enfermeros y bioanalistas, sino también a los camilleros, el personal de las lavanderías, el equipo de limpieza y otros colaboradores que día por día se enfrentan a la lucha de enormes proporciones en la que los ha colocado la crisis sanitaria.
Día por día, las salas de las clínicas y los hospitales sirven de escenarios para el despliegue de una inusual sobrecarga de trabajo que se traduce en jornadas laborales extendidas y muy poco tiempo para el descanso.
A este agotamiento físico se suma una sobrecarga cognitiva y emocional que se puede entender también cuando sabemos que el número de casos se ha disparado a niveles exorbitantes, lo cual multiplica exponencialmente la demanda. Esto incluye la presión por parte de los familiares de los pacientes, quienes procuran persistentemente que los suyos sean atendidos sin dilación de ninguna especie.
Bajo estas circunstancias, caracterizadas por los dilemas éticos y la toma de decisiones difíciles, el personal de salud experimenta una sensación de falta de control sobre el trabajo, impotencia, frustración y fracaso, al no poder atender todos los casos con la celeridad y el sentido de oportunidad que cada uno amerita, al tiempo que un sentimiento de culpa por la imposibilidad de dar un final feliz a todos. El temor al propio contagio y a contagiar a otros (incluyendo la propia familia), además de resultar víctimas de discriminación por esta causa, también se hacen presentes, resultando en conflictos y el agrietamiento de relaciones, y profundizando el deterioro de la salud física y mental.
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Así, sobreviene lo que se conoce como "burnout", un síndrome de fatiga laboral crónica que se manifiesta con cuadros de ansiedad, depresión y trastornos por estrés postraumático, con un excesivo compromiso emocional con el bienestar de los pacientes (fatiga por compasión). Las víctimas de burnout se van distanciando del trabajo que realizan, con lo cual disminuyen la calidad en las atenciones y se incrementa el ausentismo y la rotación de personal. En algunos casos, se recurre al consumo de sustancias y, en el peor escenario, al suicidio.
Las recomendaciones para contrarrestar este drama humano y profesional incluyen más incentivos a su remuneración y el total suministro de equipos de protección. El reconocimiento social a tan denodados esfuerzos, representa un acicate para estos guardianes de la salud ciudadana, a lo cual debe añadirse el apoyo irrestricto de los directivos del centro y la práctica de un trabajo en equipo que genere sinergia y motivación.
Como medidas de autocuidado, es preciso recordar a estos paladines de la salud que, si bien es cierto que son héroes, es imposible que tengan el control absoluto de cada una de las variables, por lo que no deben asumir la responsabilidad por todo lo que pueda acontecer. Asimismo, una buena alimentación, un sueño reparador, la práctica de ejercicios y terapias de relajación, les harán recordar que, contrario a las series de ficción, ellos son tan vulnerables como los hombres, mujeres y niños por los que diariamente se juegan la vida.
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