El término "carisma" ha sido prostituido por el uso popular, atribuyéndole significados que no se corresponden con la realidad. De esa manera, solemos escuchar que tal o cual persona es muy carismática tan solo porque es simpática, porque tiene sentido del humor o hasta porque es muy risueña. Si bien es cierto que las anteriores características pueden ser algunos de los distintivos de ciertos líderes carismáticos, la realidad es que resultan extremadamente insuficientes, puesto que soslayan una enorme cantidad de rasgos y comportamientos que constituyen la sustancia del concepto.
Algunos líderes de la historia son memorables por su carisma y por la proverbial influencia que ejercían en sus seguidores. Así podemos hablar, por ejemplo, de Winston Churchill, Charles D’Gaulle, Ghandi, Nelson Mandela, Eva Perón y hasta Adolph Hitler. En ese orden de ideas, y muy a tono con la efervescencia política que prematuramente nos arropa, es oportuna la ocasión para dejar establecido qué significa ser carismático (y no serlo), así como también la naturaleza del carisma y la relación de esta dimensión del liderazgo con la política.
Para el filósofo, sociólogo y politólogo alemán Max Weber, el carisma es "cierta cualidad de una personalidad individual, en virtud de la cual es tratada como dotada con poderes sobrenaturales, sobrehumanos o al menos excepcionales".
El escritor y conferencista norteamericano John Maxwell define el carisma como "la capacidad de inspirar entusiasmo, interés o afecto por medio de la gracia, la sensibilidad y la influencia personal".
De estas dos definiciones se colige que el carisma es un componente de muy alto impacto en la influencia de un líder, aunque no se trata de una condición sine qua non del liderazgo. En otras palabras, para ser un líder no es imprescindible ser carismático. Los líderes carismáticos poseen un magnetismo personal que atrae y cautiva. Son arriesgados, apasionados y alegres. Prestan atención a los demás, son empáticos y gozan de credibilidad y confianza. Promueven el desarrollo y el crecimiento de sus seguidores. Son visionarios, originales y creativos.
Hay algunas personas que presentan ciertos rasgos de personalidad asociados con el carisma. Sin embargo, es necesario puntualizar que muchas habilidades sociales vinculadas con este comportamiento pueden ser desarrolladas mediante el aprendizaje y el entrenamiento.
El carisma no se compra con dinero ni con clientelismo político. Tampoco lo otorgan las estrategias mediáticas que pretenden crear la percepción de un liderazgo mesiánico de aquellos que tan solo pagan con recursos materiales y dádivas las adhesiones y las "simpatías". El electorado responde muchas veces con entusiasmo y hasta con euforia. Eso se trata más bien de poder compensativo, jamás de carisma.
Maxwell ilustra muy bien la diferencia que existe entre un líder carismático y otro que no lo es cuando refiere la historia de Guillerm Gladstone y Benjamín Disraeli, “dos de los rivales políticos más feroces del siglo XIX”. Una mujer tuvo la oportunidad de cenar en noches sucesivas con ambos y de manera separada. Su conclusión fue la siguiente: “Cuando salí del comedor después de haber estado sentada al lado del Sr. Gladstone, pensé que era el hombre más inteligente de Inglaterra. Pero después de sentarme al lado del Sr. Disraeli, pensé que yo era la mujer más inteligente de Inglaterra”.
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