Si tomamos en cuenta que el entorno laboral es como una alfombra roja, en el que los pasillos son pasarelas y cada colaborador es un crítico, un estilista, un comprador o, en la mayoría de los casos, parte de la competencia… entonces se puede entender porqué esperar en una recepción resulta entretenido y a veces hasta productivo.
El tema de la imagen personal es un asunto delicado en estos tiempos, sobre todo en instituciones donde trabajan muchas mujeres. Que nadie se llame a engaño, ahí la competencia no es solo profesional, ‘la pinta’ es parte del juego. Sin embargo le sorprenderá saber que, en los últimos años, los hombres han entrado a la competencia, de hecho la van ganando y que salvo algunas excepciones, la mayoría de las empresas no tienen un código de vestimenta adecuado para lo que representan, esto hace que la contienda de estilo este dispareja.
A veces como empleados, nos tomamos muchas licencias con las prendas de trabajo. Esta semana visité varias empresas y pude comprobarlo. Aquí es donde enfatizamos la combinación de las palabras: sentada, recepción y productivo.
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Cuando Mary Quant propuso la minifalda en la década del 1960, su objetivo era crear una pieza juvenil y práctica para las jóvenes de King Road. Sin embargo, parece que en algún punto de la historia ese objetivo llegó demasiado alto. En el entorno laboral un falda demasiado corta, un escote muy pronunciado o un abierto en el lugar equivocado, pueden enviar un mensaje distorsionado entre colegas. El largo de falda adecuado debe estar encima de la rodilla, tachones o aberturas en la parte delantera aportarán ligereza pero solo si tienen los suficientes centímetros como para que quien la viste pueda moverse o sin enseñar de más.
De igual forma, el escote adecuado no debe pasar la línea del sobre busto. No todas las transparencias son adecuadas y definitivamente, interiores rojos con transparencia negra, son un rotundo no.
¡Ay, los pantalones! Pobre Amelia Blommer, no se imaginó que su lucha feminista llegaría tan lejos, solo para caer tan bajo como el lugar donde la espalda pierde el nombre, cosa que está bien, pero no para atender una recepción. Lo ideal es mantener el pantalón tan alto como las expectativas de avanzar profesionalmente. El límite es el ombligo.
Cuando se trata de jeans, todos somos anticuados. Si usted no trabaja en una mina como los obreros que inspiraron su creación, no hay razón para llevar un prelavado o un jean roto a la oficina, ni siquiera los viernes. El jean es una prenda informal, relajada, válida en algunos casos. Pero hasta este tiene sus limitaciones.
Y como ninguna crítica tiene validez si no aporta una solución, pues la de este disturbio de imagen es implementar un uniforme, creado por un diseñador de moda, local, por supuesto.
No a todo los los empleados les agrada llevar uniforme, pero hay casos en los que es necesario. Sobre todo cuando su poder adquisitivo es demasiado bajo. Un uniforme le garantiza que mantendrá la imagen de la institución sin afectar salario, ya que no tendrá que invertir dinero en prendas de trabajo cada quincena. Sumado a que la competencia se limitará a uñas y cabello que salen más baratos.
¿Y quiénes deben invertir en eso? Las instituciones.
El uniforme es parte de la identidad corporativa, como tal debe ser parte de presupuesto, pues mantener la imagen cuesta. Cursos de asesoría y estilismo personal, por lo menos una vez al año, un buen diseñador para sustituir el uniforme de sus empleados cada dos o tres años, así se sentirán orgullosos de usarlo, al menos mientras transcurre la jornada laboral.
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Por suerte, hay tantos buenos diseñadores de indumentaria a nivel local disponibles para hacer este trabajo, que cada institución podría tener más de uno a su servicio. Incluso iniciativas como esta le darían un gran impulso a la industria. Creo que es algo para pensar y poner en marcha. Mientras tanto, habrá que ir haciendo una lista. ¡Ay! Ya es mi turno de caminar por la alfombra roja.
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