Con poca frecuencia se ventila el tema de la violencia en las organizaciones. La mirada se dirige a las empresas e instituciones públicas básicamente cuando dicha violencia resulta en la muerte de personas, como vimos recientemente a propósito del fallecimiento de un ejecutivo chino a manos una empleada de la ferretería donde ambos laboraban y también del Ministro de Medio Ambiente y Recursos Naturales en su propio despacho.
Asimismo, hace varias semanas los medios de comunicación se hicieron eco del caso de otro ciudadano chino, ex empleado de una cabaña ubicada en la autopista 30 de Mayo que, como reclamo de sus prestaciones laborales, la emprendió contra el negocio prendiendo fuego a una de las habitaciones y amenazó con lanzarse del techo.
Otra de las pocas aristas de la violencia en el lugar de trabajo que más titulares atrapa es la que se produce por los atracos. Sin embargo, en estos casos el foco de atención se concentra solo en las pérdidas materiales y de vidas que esos niveles de vulnerabilidad puedan traer como consecuencia, minimizando el impacto que estos eventos pueden tener en la salud mental de aquellos empleados que son víctimas de la inseguridad, tanto la atribuible a las autoridades públicas como la que opera por parte de la misma gerencia cuando actúa de manera negligente en sus obligaciones de minimizar los riesgos.
Cuando hablamos de violencia laboral tenemos que incluir también los acosos, conocidos además con el anglicismo de "mobbing", los cuales no solo hacen referencia al hostigamiento sexual de que son víctimas sobre todo las mujeres, sino también al miedo y terror sistemático que infunden tanto superiores como compañeros de trabajo en contra de ciertos empleados y que en ocasiones culminan con la renuncia del afectado.
Otra de las expresiones de la violencia en el lugar de trabajo la podemos encontrar en la discriminación a aquellos que pertenecen a grupos etiquetados y juzgados en base a estereotipos y prejuicios, ya sea por el color de su piel, su origen, religión, credo político o religioso, género y orientación sexual.
Las brechas salariales y las distorsiones en las asignaciones presupuestales y de recursos constituyen una de las más crudas expresiones de violencia en el contexto organizacional. Es así como las inequidades en las remuneraciones funcionan como uno de los más lesivos mecanismos de ejercicio asimétrico del poder y de control por parte de aquellos que administran las finanzas.
Las debilidades institucionales y la ausencia de un código de ética que ponga límites a estas arbitrariedades, son el ambiente propicio para la comisión de toda suerte de abusos y atropellos contra la dignidad y los derechos de los empleados.
De igual manera, las distintas fricciones que se presentan en las relaciones laborales cotidianas, la intimidación, los gritos y los insultos, así como ciertos conflictos con aquellos clientes con demandas desproporcionadas y que agreden física o verbalmente a los empleados, son otras de las variopintas manifestaciones de este tipo de violencia.
Todas ellas se traducen también en cuadros clínicos tales como ansiedad, depresión, angustia, insomnio, trastorno por estrés postraumático, baja autoeficacia y sentimientos de culpa. Esto así, a pesar de que no generan grandes titulares ni se convierten en tendencia en las redes sociales.
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