La restauración de la democracia en Venezuela se ha convertido en una tortuosa montaña rusa, con altas y bajas, con algunos momentos donde pareciera que se asoma un feliz desenlace mientras en otro se experimentan estancamientos, retrocesos y las frustraciones de un pueblo que lo único que pide a gritos es vivir en paz. Una montaña donde no solo “juegan” haciendo toda suerte de apuestas los rusos, sino que también agotan turno los norteamericanos, españoles, chinos y cubanos, entre otros, sin dejar fuera del torneo, naturalmente, a los anfitriones.
Esta montaña rusa asemeja también al volcán Shiveluch, en Rusia, alcanzando su lava, sus cenizas y sus rocas de violencia incluso hacia los más inocentes, seres humanos ingenuos y ajenos a los intereses que muchos adultos han sabido camuflajear con algunos tintes de respeto a la dignidad y los Derechos Humanos.
Seres inocentes que arriesgan su integridad física para jugar con lo más lacerante de las erupciones volcánicas que tan solo resultan ser los efectos del ajedrez geopolítico que se juega tras bastidores y que pensaban se trataba de inofensivos juegos artificiales.
Esta vez, tocó el turno a Yoifre Hernández y Yosner Graterol, de 14 y 16 años, respectivamente, quienes la semana pasada perdieron sus vidas y con ellas todos sus sueños y proyectos en ciernes, durante uno de los declives de otra nefasta vuelta. Una nueva jornada que tan solo propició el afianzamiento del deprimente circo donde abundan los juegos de guerra, los payasos del horror y del espanto, y las nefastas acrobacias de la muerte.
Un espectáculo que prolonga la incertidumbre y la tensión que se vive en la tierra de El Libertador, como los instantes previos a la emisión de las fumarolas volcánicas de la montaña Sanaré, en Venezuela. La sangre corrió una vez más, ahora también la de los más jóvenes. Una sangre que destilaba del cuerpo de uno de los mozalbetes cuando de manera irremisible y ante los esfuerzos infructuosos del personal médico que lo auxiliaba, exclamó con desaliento: “¡Me voy a morir!”.
Y así fue. Murió Yoifre y también murió Yosner. Se ahogaron las voces de dos chamos entre los estruendos de los disparos de sus verdugos y los gases lacrimógenos que hicieron brotar menos lágrimas que sus ansias de seguir viviendo. Yoifre y Yosner murieron a tan corta edad que la vida apenas les dio para tomar tan solo un sorbo de la libertad por la cual hoy siguen clamando sus familiares y amigos.
¿Cuántos Yoifre faltan aún por ofrendar sus vidas? ¿Cuántos Yosner faltan? Me temo que muchos más, ya que de acuerdo con el Derecho Internacional Humanitario, el principio de “proporcionalidad” nos remite a la “ventaja militar”, es decir, las armas y los métodos que causen a las personas civiles y a sus bienes daños excesivos solo están prohibidos si no generan las ventajas previstas por el atacante. Para algunos, incluso, la ecuación es muy sencilla: el costo de la paz es la guerra.
En una y otra consideración, el pronóstico es sumamente reservado tanto para jóvenes como para adultos, pues a Venezuela le esperaría un futuro incierto con otras erupciones volcánicas en una larga secuencia de escaladas de violencia.
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