Valeria tiene una guitarra, una bicicleta y la idea de que donde están sus libros está su casa. Tiene otras cosas, como una voz clara, timidez para exponerse en videos, poemas y cuentos en los que el cuerpo se expone a la sexualidad abierta, con las pequeñas agresiones de las tensiones familiares.
Pero no se trata de si Valeria Tentoni vivió hasta los 18 años en Bahía Blanca, Argentina, y que luego se mudó a Buenos Aires para estudiar derecho. Todo eso es por la época en la que le parecía que los escritores se fabricaban en máquinas de otro planeta.
¿Quién sabe de qué se trata o cuál es la cuestión? Hay muchas preguntas, como las que nacen del pájaro incandescente que cruza el álgebra. Entre tanto, quedan los días en que inventaba historias con una máquina de escribir en el despacho de su papá. Dejaba espacios en blanco entre los párrafos para que su hermano hiciera las ilustraciones.
Después fueron los robos de términos al lenguaje jurídico para mudarlos a la literatura. De uno de estos hurtos llegó el título “El Sistema Del Silencio”, nombre que lleva el libro de cuentos que publicó en 2012.
Nota: Una vez, pregunté por Valeria en Buenos Aires a un librero. Oscar empezaba a contestar en el momento que ella llegó como sacada de una película de Capra en la que los personajes hacen entradas dramáticas, y preguntó si yo era yo. Llevaba el pelo largo. Recién venía de Bahía Blanca. Me obsequió una novela de Sjön.
Valeria Tentoni escribe artículos y hace entrevistas para la página de Eterna cadencia. A la vez, entre música de Bjork o Juana Molina lleva proyectos paralelos de poesía o narrativa, de edición o periodismo cultural. Como si fuera una nota: ha coordinado la Audioteca de Poesía Contemporánea donde se publican poemas hablados desde la generosidad de sus autores.
Fundido a negro. Años atrás hubo un limonero, también un temor infantil a las picaduras de las abejas. Limonero y abejas estuvieron en el jardín del abuelo, desde donde Valeria escribe sus textos sin importar el lugar del mundo en el que se encuentre. Siempre vuelve, cortando entre dendritas la distancia o la nostalgia para crear.
Y como aquel temor infantil hay en los poemas de Valeria unos dioses minúsculos que orbitan en torno a las causas de las cosas. Son ellos los que determinan los deseos y las búsquedas -de lenguajes o pasiones y lugares-, como cuando dice:
"Todo lo que brilla es satélite de alguna estrella opaca.
Algún día esa estrella dejará de existir
antes que sus rayos
y caeremos a una fe ridícula.
Si no hubiese cosas más tristes que esa,
esa sería una cosa triste”, de Antitierra, Libros Del Pez Espiral, 2014.
Al final, todas las causalidades son reducidas a un símil, como violentando con la lengua las dudas, ontológicas o del clima. Por eso el amor parece un toro mecánico o limpiar el mundo es la abuela sacando los yerbajos de la maleza o los perros dejando regalos grotescos de afecto a sus dueños.
Pd: Esta es una visión como cualquier otra, con todas las irregularidades que trae la percepción.
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