Un viaje a bordo del Jet Set

lunes 14 abril , 2025

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Ángel Bello

Por Ángel Bello

Como si se tratase de un caso más en la estela de accidentes aéreos que han acontecido durante los últimos meses a nivel internacional en lo que parecería ser un incremento de la frecuencia de estos desastres, la (hasta cierto punto) alegoría criolla a aquella aeronave impulsada por motores de reacción homónimos y que generó grandes cambios en la industria aeronáutica durante la Segunda Guerra Mundial, se desplomó en la madrugada del pasado martes, estremeciendo a toda una nación que en ese instante claudicaba prisionera en los brazos de Morfeo.

Aquel tristemente memorable segundo día de una semana laboral que prometía transcurrir de manera relativamente rutinaria, los quisqueyanos, una vez más, fuimos llamados a ser valientes, esta vez para afrontar el desafío que para nuestra salud mental y nuestra capacidad de resiliencia significó la noticia de que más de doscientas almas sucumbieron al colapsar el cielo de la icónica discoteca “Jet Set”.

El universalmente popular nombre hunde sus raíces en aquellas celebridades y otros acaudalados que, a mediados del siglo veinte, hacían uso exclusivo de este revolucionario invento de altas velocidades, aunque menos veloces que el tiempo que tomaron las redes sociales para hacer de este lúgubre acontecimiento una tendencia que aún reverbera con un estridente y ensordecedor sonido en lo más profundo de la colectividad.

El emblemático lunes que para miles de dominicanos de diversos estratos sociales se convirtió en una tradición como la expresión axiológica de la alegría y el entusiasmo distintivos de los hijos de Duarte, se tradujo, cual aterradora metamorfosis, en uno de los martes más aciagos de nuestra historia.

Todo en un abrir y cerrar de ojos que no logró completar su ciclo, ya que fueron muchos los párpados que, bajo los letales escombros, permanecieron para siempre cerrados, sumergidos en frías tinieblas, sin obviar los incontables casos de aquellos que, desde entonces y aún después de casi una semana, permanecen guerreando con unas lágrimas que les impiden ver las razones de la pérdida irreparable de sus seres queridos.

Entre las vidas que quedaron silenciadas en aquella madrugada que hacía gala de manera petulante de la efervescencia y el colorido de nuestro ritmo autóctono y de la fulgurancia de esplendorosos y centelleantes destellos, destaca el laureado oriundo de Bajos de Haina Rubby Pérez.

El célebre intérprete de “Volveré”, ostentando "la voz más alta del merengue", izaba los éxitos que marcaron hitos en su dilatada carrera musical, al ritmo de los cuales cientos disfrutaban exultantes hasta que, producto de la fatídica catástrofe, todo se fue abajo, con excepción de aquellas notas musicales que, ascendiendo apresuradas, lograron encumbrarse hasta el mismo firmamento, tatuando allí una imperecedera estrella como un tributo que permanecerá rutilante por generaciones.

Son muchas las lecciones que se desprenden de un episodio que hubiésemos querido no tener que contar. La más trascendente de todas: lo frágil que puede ser nuestra existencia. Al margen de que nunca tengamos tiempo suficiente para prepararnos tanto para nuestra propia despedida como para ver partir a aquellos a quienes amamos, la insoslayable realidad es que cada minuto puede ser el último de nuestro fugaz viaje por la vida, sin importar que lo hagamos en jet privado o en vuelo comercial.

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Ángel Bello

Psicólogo y consultor en Capacitación. Maestría en Gerencia y Productividad. Profesor de la Universidad Católica Santo Domingo.

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