En el concurso de oposición docente del Ministerio de Educación celebrado recientemente, solo 11, 855 (para un 23.92 %), de los 49,566 profesores que concursaron por una plaza, lograron aprobar la primera etapa del concurso. En otras palabras, casi el 80 % reprobó, no reúne los requisitos para ser nombrados como maestros, directores de escuelas, psicólogos y orientadores.
Por otro lado, hace más de un año, los resultados de la evaluación del desempeño docente revelaron que apenas un 2.9 % de los evaluados alcanzó la categoría de excelente y un 23.90 % muy bueno, 35.10 % bueno y un 38.10 % mejorable.
Estas cifras no pueden pasar desapercibidas. Han pasado ya cinco años desde que se firmó el Pacto Nacional para la Reforma Educativa, y, aunque un lustro no es suficiente para medir la efectividad de un plan de tal magnitud, la realidad es que los resultados en relación con la cuantiosa inversión en capacitación docente que se ha operado durante este período, no deja más que perplejidad y desconcierto respecto a lo que se puede esperar en lo adelante si no se toman otras medidas.
Muchos de los candidatos sometidos al proceso de reclutamiento y selección han manifestado sus quejas en cuanto a la validez de los instrumentos de evaluación empleados y no sé cuántas cosas más. Sin embargo, no podemos negar que la cuestionable preparación que aún exhibe una buena cantidad de nuestros docentes y aspirantes a desempeñar estas funciones, abre una brecha muy desafiante entre el estado del cual partimos en 2014 y la meta de una mejora sustancial de la calidad educativa propuesta en aquel histórico acuerdo. Una brecha que, al parecer, las estrategias desarrolladas no han podido reducir de manera significativa.
Sin lugar a dudas, se necesitan más y mejores esfuerzos en aras de obtener en el futuro resultados más alentadores y que se correspondan con nuestras necesidades de una educación que sirva de plataforma para el desarrollo sostenible y la competitividad. Hoy más que nunca nuestra sociedad necesita de docentes con una incuestionable competencia profesional y formación humana.
Una sociedad dominada por nuevas tecnologías de la información que ponen al alcance de nuestros niños y jóvenes toda suerte de informaciones, pero también el alto riesgo, la ambigüedad y la incertidumbre para la toma de decisiones basada en la ética.
Se necesitan maestros que estén en condiciones de guiar con sabiduría a sus pupilos, motivando la curiosidad científica, la investigación y, sobre todo, el pensamiento crítico.
Urgen maestros libres de prejuicios y atavismos sociales que solo logran desalentar la innovación y la creatividad del alumnado, necesarias para generar riqueza y emprender nuevas iniciativas.
Nuestros niños y jóvenes demandan de educadores que, al tiempo que constituyan auténticos referentes de los valores y los principios éticos que deberán pautar el proyecto de vida familiar y social de aquellos que reciben el pan de la enseñanza, se muestren renuentes a dejarse domesticar por la herrumbre mental que consigo traen los años, convenciéndolos de que todo tiempo pasado fue mejor.
En definitiva, se necesitan líderes auténticos que guíen con amor y sabiduría, y que inspiren con el ejemplo y el entusiasmo que solo la genuina vocación de servicio puede dar. Ése es el cambio que necesitamos. Ése es el salto cualitativo que debemos dar.
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