Solo con el mismísimo infierno pueden ser comparadas las dramáticas escenas que se pasearon el pasado domingo por las pasarelas de lo que algunos llaman el "quinto poder", cuando dieciocho personas (entre ellas una decena de niños y adolescentes) resultaron con laceraciones en gran parte de lo que para los cristianos es el "templo del alma".
La tragedia se produjo al detonar unos fuegos que de artificiales se tradujeron en una dantesca y cruda realidad, artefactos éstos ubicados debajo de una tarima en la caverna de uno de los grupos del carnaval del municipio de Salcedo, cuna de las Mariposas que perecieron en las letales garras del sátrapa en aquel no menos infausto 25 de noviembre de 1960.
Observar esas imágenes sin dejarse seducir por el coqueteo de la sensibilidad y la conmoción, representa un verdadero desafío a nuestra capacidad de empatía, solidaridad y amor al prójimo, si tomamos en cuenta las abrasivas llamas que se ensañaron obstinadamente contra esos seres humanos, incinerando sin piedad su aliento y sus anhelos de vivir, y reduciendo a cenizas las probabilidades de resultar ilesos. O, en el peor de los escenarios, perder la vida en el paradójico contexto del éxtasis, la euforia y la permisividad propios de las carnestolendas que ese día pretendían celebrar al máximo.
Sus gritos ensordecedores, huyendo desesperados y sedientos de socorro para atenuar la hipertermia que les quemaba sin tregua, no solo trascendieron las fronteras del fértil Valle del Cibao, sino que alcanzaron a despertar la conciencia de 48,442 kilómetros cuadrados, sobre la perentoriedad de mayor efectividad en la aplicación de la normativa que regula eventos públicos como éste, así como también la necesidad de la implementación de más controles preventivos para no tener que conformarnos con los lamentos, el llanto, el desconsuelo y el arrepentimiento.
Esto así, no solo ante la ostensible inobservancia de la legislación por parte de aquellos que se condujeron de manera irreflexiva y temeraria, sino también por la falta de al menos una ambulancia y un extintor que muy probablemente hubiesen marcado la diferencia en un momento tan neurálgico como ése y que también nos expuso a una suerte de “deja vu” que remitió nuestra memoria a los 38 fallecidos en circunstancias similares el pasado 14 de agosto en la patria chica del ya referido y tristemente célebre dictador.
Ahora solo nos queda brindar apoyo a las víctimas y sus familias, así como también aprender la lección a la que, sin lugar a la menor duda, algunos se resisten, cuando soslayan el legado que nos dejara aquella exitosa campaña de concienciación encabezada por Freddy Beras Goico, Huchi Lora e Isabel Aracena (Isha) hace ya varios lustros.
Con ellos aprendimos que la pirotecnia, aún con sus encantadores y alucinantes destellos, solo debe ser maniobrada por profesionales expertos, porque el que juega con fuego en medio de una multitud, la quema, aunque no se llame “Quico”.
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