Abundan quienes desde medios de comunicación de mucho poder y vía análisis pseudointeligentes degradan el debate sobre Venezuela-EE.UU. y la contraofensiva imperialista frente a todo lo que huela a autodeterminación.
Primero, dan por cierto lo que el sistema de comunicación del gran capital y Estados bajo su control difunde en volúmenes y modalidades maliciosamente tóxicas.
Luego ignoran, reducen o deforman los argumentos más consistente contrarios a su condicionado parecer; descalificando a sus sustentadores como “izquierdistas de café”, “consumidores de caviar”, “alejados de la cotidianidad del pueblo humilde”, adversarios de los corruptos de Odebrecht pero incapaces de reconocer las serias pifias ético-morales de Lula y el PT en Brasil.
¡Cuánto simplismo, y bastante basura, si esto se compara con lo que le tocaría hacer a analistas que se respeten frente a la diversidad de enfoques y trayectorias de las izquierdas que han opinado sobre estos temas!
Pero es que les encantas generalizar, para entonces calificar a todos los defensores del brutalmente agredido proceso bolivariano, como fanáticos de Maduro y anti-imperialistas de viejo cuño; mientras ignoran el carácter anti-democrático, anti-nacional e incluso neo-fascista de gran parte de las derechas venezolanas.
Igual pasan por alto la impronta terrorista supranacional de EE.UU. y sus guerras destructivas, asumidas abiertamente entre las opciones actuales de la Administración Trump y del régimen colombiano de cara a Venezuela.
Compran y venden el cuento de que el imperio y sus derechas impulsan la democracia y progreso… hasta llegar a justificar retrospectivamente su brutal intervención en Panamá y sus masacres a nombre del combate a las “dictaduras” (ciertas o inventadas) que no tutelan.
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Estos analistas, cuando se refieren a la lucha de la oposición antichavista “por la democracia”, no quieren enterarse del respaldo de EE.UU. a Macri (asociado a la mafia calabresa italiana), al corrupto de Temer (mientras le fue útil para “destutanar” a Dilma), a Luis Orlando Hernández (aliado de tres carteles mexicanos impuesto por la vía fraude y masacre); o al ganstercito político de Jovenal Moises, a los neo-fascista Duque y Bolsonaro, o al delincuente político de Peña Nieto.
Ni hablar asumir en su propia tierra la existencia de una dictadura constitucional mafiosa, dado que esa evasión le permite seguir legitimando elecciones viciadas y sistema de partido responsable del gran desastre nacional; acompañándolo de discursitos propugnando por “institucionalizar” y “adecentar” el país dentro de este orden constitucional diseñado por Leonel Fernández para facilitar autoritarismo, corrupción, neoliberalismo y corrupción.
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