El presidente de la República, durante su alocución del pasado 22 de julio, manifestó que confía en que presenciaremos “una campaña que inyecte sangre nueva a nuestra vida política…”. Aunque no hizo muy explícito el mensaje al que aludía cuando se refirió al tema, existe un consenso en el sentido de que el mandatario, con la expresión “sangre nueva”, hizo referencia a aquellos precandidatos (y otros que aún no han hecho públicas sus aspiraciones) que nunca han ostentado la banda presidencial.
A partir de estas palabras del presidente, toda suerte de especulaciones se han tejido en el sentido de la persona específica que podría ser su favorita para que ascienda por las escalinatas del Palacio Nacional en agosto del 2020, dando como resultado las más variadas hipótesis.
Independientemente de lo que o a quien realmente pudo haber sugerido el presidente Medina con la expresión “sangre nueva” en nuestro escenario político, la figura alude por lo general a la etapa de la juventud. Pero como ser joven también nos presenta diversas aristas, volvemos a caer en un océano de dudas respecto al verdadero deseo de Danilo Medina.
Ahora bien, al margen de las complejidades del espectro del partido de gobierno, quiero remarcar, que, ciertamente, en estas elecciones se necesita “sangre nueva” con carácter de urgencia.
El estado de salud de la sociedad nos remite a un paciente con un nivel tan bajo de hemoglobina, que hace inviable la posibilidad de transportar oxígeno moral a un tejido social al borde del colapso ético en el ejercicio del quehacer político.
Este cuadro de morbilidad progresiva se caracteriza por signos como la demagogia, la mentira, la doble moral y la corrupción de una gran franja de la clase política de los diferentes partidos, que se conduce como un verdadero vector de enfermedades potencialmente catastróficas y que podrían dar al traste con la vida de nuestra descompensada democracia.
Los síntomas incluyen la percepción generalizada de que todos los partidos son iguales, el desaliento y la emisión del voto por el "menos malo" en lugar del "mejor".
La ciudadanía debe tomar todas las precauciones posibles para no cometer un error fatal en la Unidad de Cuidados Intensivos, con un candidato que complique el cuadro transfundiendo sangre afectada por una septicemia moral.
Hay que identificar las máscaras de aquellos donantes de larga data disfrazados de una visión "moderna" donde tan solo esconden viejas prácticas propias de zorros decadentes que vendieron pintas de sangre en cantidades industriales a los intereses más oscuros del pasado y del presente.
De igual manera, hay que evitar la autoproclamada "sangre nueva" de aquellos bisoños que, exhibiendo un rostro sin arrugas y un discurso "vanguardista", llevan solapados en la dermis unos escrúpulos afectados por la falcemia que heredaron de aquellos que erigieron como los Hipócrates de la política.
La actividad política dominicana necesita ser transfundida por una dosis de valores éticos y morales que, más que la edad cronológica del donante, tome en cuenta su probado compromiso con el desarrollo y el cambio social, pero traducidos en realizaciones, no en discursos. Identificar al donante y el banco de sangre que lo postula es el gran desafío ciudadano. Es cuestión de vida o muerte.