Ucrania

Roca Negra y devastación de Ucrania

miércoles 24 julio , 2024

Creado por:

Julio Santana

1 de 2

Hemos sido testigos de cómo Estados Unidos se empeña en mantener vivas las llamas destructivas de la cruenta guerra entre Rusia y Ucrania. Cada semana, un promedio de más de dos mil soldados ucranianos mueren en los frentes de batalla que se extienden por cientos de kilómetros, sin contar los inevitables desplazamientos masivos de personas, la destrucción de la infraestructura energética crítica, la pérdida de vidas inocentes, la movilización militar forzosa y cruel —literalmente, la caza de jóvenes en campos y ciudades— y la reducción de los principales pilares de la economía y dinámica social a escombros.

Existen dos versiones sobre las motivaciones de Rusia para iniciar esta guerra: la primera, la Occidental, sostiene que las razones radican en los deseos de dominio ruso sobre los antiguos territorios de la URSS y el sometimiento a sus designios expansionistas. La otra es la versión rusa, que ve el conflicto como resultado del engaño que fue el llamado Protocolo de Minsk, alcanzado entre Rusia y Ucrania en 2014, y de los acuerdos de Estambul discutidos con Kiev en marzo de 2022, los cuales buscaban allanar el camino hacia la paz bajo condiciones aceptables para las partes.

Líderes occidentales, entre ellos la excanciller alemana Angela Merkel, una figura clave de la política exterior de su país desde 2005 y antes, una vez miembro de la agrupación izquierdista Juventud Libre Alemana (FDJ), han reconocido públicamente la estrategia engañosa detrás de los acuerdos de Minsk. En una entrevista con Die Zeit, Merkel afirmó: “El acuerdo de Minsk fue un intento de ganar tiempo para Ucrania (…) Y ese país usó ese tiempo para volverse más fuerte, como se puede ver hoy”.

Este contexto, marcado por el engaño y la doble moral en torno a los esfuerzos rusos para resolver el conflicto en la cuenca del Donets (Donbas), iniciado el 6 de abril de 2014, cabe también recordar la participación directa de Occidente en los violentos estallidos iniciados el 21 de noviembre de 2013 (Euromaidán), que llevaron a la renuncia del presidente Yanukóvich el 22 de febrero de 2014 y, posteriormente, al inicio de la Guerra ruso-ucraniana.

La situación se agrava con la comprobada entronización en el poder ucraniano de grupos ultranacionalistas, radicales y neonazis, junto con la propuesta del comediante Zelensky de occidentalizar a Ucrania, comenzando la demostración en favor de ese proceso con la quema de obras clásicas de la literatura rusa —también universales— y la brutal persecución de los ucranianos rusoparlantes y religiosos ortodoxos. Además, el avance ofensivo de la OTAN hacia las fronteras rusas con Ucrania, que tienen una longitud de 2,295.04 kilómetros (1974,04 terrestres y 321 marítimos), dejó a Rusia pocas opciones más allá de la guerra.

Para los grandes conglomerados militares de Estados Unidos, Reino Unido, Alemania y Francia, persistir en la guerra como opción es un negocio lucrativo y de bajo riesgo, ya que no implica destrucciones de sus ciudades y aldeas ni la pérdida de sus propios soldados, sino una intervención tecnológica, logística y de provisión de armas.

Al margen de la narrativa sobre la defensa de la soberanía y autodeterminación del pueblo ucraniano, olvidada por esas mismas élites en Irak, Siria, Afganistán, Libia y los Balcanes, ¿qué otros motivos esconde el empeño de Washington de continuar con la literal catástrofe ucraniana? Como se ha dicho, este conflicto no solo multiplica los contratos de armas, también crea las condiciones para futuros planes de reconstrucción por miles de millones de dólares. A ello se suma la planificada “apropiación legal” de las riquezas naturales del país eslavo, incluidas las tierras más fértiles del mundo que se extienden por decenas de miles de kilómetros cuadrados. Cuenta también la localización estratégica de este país.

De este modo el gran negocio de multinacionales como BlackRock no es solo el suministro de armas, sino también los contratos de reconstrucción con el trasfondo de la futura monopolización de la producción de cereales. Poderosas corporaciones como Cargill, Dupont y Monsanto ya controlan el 30% del tesoro agrícola ucraniano, pero la idea es alcanzar el dominio absoluto de ese inestimable activo natural. Esta es la verdadera apuesta escondida detrás de la retórica en defensa de la inexistente democracia ucraniana.

Como señalara descarnadamente Robert F. Kennedy Jr. (mi candidato a la presidencia): “…en marzo de 2022, comprometimos 113,000 millones de dólares. Solo para darles un ejemplo: se podría haber construido una casa para casi todas las personas sin hogar en este país. Luego comprometimos otros 24,000 millones de dólares hace 2 meses, y ahora el presidente Biden pide otros 60,000 millones de dólares. Pero los grandes gastos se producirán después de la guerra, cuando tengamos que reconstruir todo lo que destruimos”.

Para seguir el buen curso de la expoliación, sabemos que todos los grandes contratistas de armas deben ajustar sus especificaciones a las normas de la OTAN, asegurando un mercado cautivo para empresas como Northrop Grumman, Raytheon, General Dynamics, Boeing y Lockheed. Literalmente, como señala Kennedy Jr., están lavando el dinero de los contribuyentes norteamericanos.

Así, toda la “ayuda” norteamericana a los ucranianos, hoy cada vez menos deslumbrados por el sueño de prosperidad occidental, beneficia a las grandes corporaciones occidentales: a las que producen armamentos, las que participan en la disputa por alzarse con los principales activos ucranianos y, sin duda, a los poderosos contratistas. Aquí de nuevo BlackRock, la gestora de activos más grande del mundo, con 10 billones de dólares en activos bajo gestión al 31 de diciembre de 2023. En sus manos está el pan de los ucranianos y de casi toda Europa. También el malsano interés de mantener hasta donde sea posible la destrucción de Ucrania y la masacre de sus ciudadanos.

Z Digital no se hace responsable ni se identifica con las opiniones que sus colaboradores expresan a través de los trabajos y artículos publicados. Reservados todos los derechos. Prohibida la reproducción total o parcial de cualquier información gráfica, audiovisual o escrita por cualquier medio sin que se otorguen los créditos correspondientes a Z Digital como fuente.

Julio Santana

Economista (Ph.D) y especialista en sistemas nacionales de calidad, planificación estratégica y normatividad de la Administración Pública. Fue director de la antigua Dirección de Normas y Sistemas de Calidad (Digenor).

LO MÁS LEÍDO