Previo al ocaso, martillos golpeaban los clavos y producían el sonido que servía de alarma despertadora, eran trabajadores de nacionalidad haitiana que laboraban en la construcción de apartamentos en el residencial donde vivo, una obra levantada por el sector privado con el apoyo del gobierno.
Me paré de la cama, abrí una de las ventanas, tomé aire fresco, y a pocos metros vi a Joaquín cumpliendo con su deber, era un joven haitiano que se encargaba de encender las bombas que distribuyen el agua en todo el condominio. Uff, qué suerte, ya puedo darme una ducha, me dije.
Listo para irme al trabajo, salí de mi apartamento ubicado en el cuarto nivel del edificio, descendí por las escaleras, y al salir, frente a mi estaban dos chicas del color de la noche, no podía verles las caras, porque su piel se mezclaba con la oscuridad. Sí, eran mujeres del vecino país, que se disponían a limpiar las áreas comunes de la edificación, pues eran empleadas de la compañía de mantenimiento del residencial.
Abordé mi automóvil y llegué a mi trabajo, ubicado en el Centro de los Héroes, en el Distrito Nacional. Tenía ansias de comprar algo para desayunar, decidí salir y en los alrededores no había establecimientos formales más que fruteros y fritureros con sus mercancías montadas en carretas y otros objetos rodantes, ¿sus propietarios? Eran todos haitianos. “No hay de otra”, me susurré a sí mismo, les compré y me desayuné.
Ya en la tarde tomé carretera de vuelta a casa, a San Isidro, y en la ruta recordé que debía aplicarle alineación a mi carro, el volante estaba torcido.
La ruta: avenida 25 de febrero, avenida Ecológica Prof. Juan Bosch, y de ahí llegué a un centro de alineación y balanceo ubicado en la avenida Charles de Gaulle. La fachada y el interior del local lucían de alta gama, y sí que lo era, porque contaban con maquinarias de última generación que eran manejadas por un personal calificado, atento y afable; y como ya pueden imaginar, eran todos extranjeros, no hay que decir de qué país, eso se sabe.
Salí de ahí conforme y satisfecho con el servicio, mi carro quedó apretadito, derechito. Sin embargo, mi mente estaba preocupada, un aspecto de lo vivido ese día ocupaba espacio en mi cerebro, había sentimientos encontrados.
Llegué a mi apartamento, dejé que el agua de la ducha cayera sobre mi cabeza como lluvia sobre el pavimento caliente, había que enfriar los pensamientos.
Luego, tomé mi celular y entré a una de las tantas plataformas, de esas que conforman las denominadas redes sociales. Allí vi varias publicaciones que me llamaron la atención, todas estaban colgadas en el mismo periódico, un digital que lleva por nombre un sinónimo de la tilde.
Revisé las notas que habían publicado en la semana, quedé sorprendido, anonadado, pues la gran mayoría de su contenido eran denuncias y preocupaciones de empresarios criollos, dirigentes izquierdistas, de organismos internacionales, y hasta de comunicadores del patio, los cuales se caracterizaban por replicar las palabras xenofobia, migración, maltratos, dominicana discriminación, haitianos, grupos paramilitares, y otros epítetos usados para referirse a Quisqueya la Bella y sus ciudadanos.
Parecería que aquel medio de comunicación y los denunciantes operaban desde la parte occidental de la isla La Española. No era para menos mi asombro, pues en ese portal, no había noticias de apoyo a las políticas migratorias del gobierno nacional, esas que también han sido apoyadas por los líderes de la oposición, porque la mayoría estamos claros de que, se debe cuidar el único territorio donde el dominicano no es extranjero, sino local.
Mi asombro era lógico, los episodios vividos aquel día me permitieron concluir que, nuestros gobernantes y todos los dominicanos somos tan empático, acogedores y bondadosos, que sin darnos cuenta hemos entregado la patria.
Los puestos de trabajo están en manos de los necesitados, de los indocumentados, de los que supuestamente maltratamos, ¿qué carajo está pasando?, será que hasta nuestra dignidad la estamos entregando?
Qué grande fue Juan Pablo Duarte, sus discursos e ideas han trascendido los tiempos, de tal manera que nos vemos en la obligación de darles más vida en pleno 2025.
Qué sabio fue el patricio cuando dijo: "Nunca me fue tan necesario como hoy el tener salud, corazón y juicio, hoy que hombres sin juicio y sin corazón, conspiran contra la salud de la Patria".
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