En la actualidad, la idea originalmente estadounidense de “triunfar por esfuerzo propio” (self-made man) ha llevado a idealizar al individuo que, a pesar de proceder de estratos sociales bajos, logra alcanzar el éxito a través de su propio esfuerzo. Por ejemplo, personajes como Pedro Martínez, Steve Jobs, y Jack Ma gozan de la admiración de las masas por lograr hazañas en sus respectivas áreas. Y sin menospreciar el esfuerzo de estos excepcionales individuos, pienso que la idea del mérito se ha desbordado y pudiera llevar a políticas publicas indeseables.
El discurso sobre el merito esta estrechamente vinculado al debate entre naturaleza y crianza. Es decir, ¿nacen las personas con el material genético para ser éxitos o es algo que aprenden de su medio ambiente? Aunque no hay manera científica de responder esta pregunta, la filosofía política ofrece varias alternativas. Dentro de ellas, la de mayor aceptación es la ‘teoría del trabajo’ propuesta por John Locke, que sugiere que el trabajo le da título de propiedad al hombre sobre su obra1. Así, esta teoría plantea que lo que el individuo logra es fruto de su esfuerzo y por lo tanto le pertenece.
En principio, la teoría del trabajo pareciera razonable y justa.
Cada quien es dueño del fruto de su trabajo. En otras palabras, el que mucho tiene es porque mucho trabaja y viceversa. Sin embargo, hay que tener en cuenta que no existe equidad absoluta. Diferentes factores otorgan a algunos ciertas ventajas y a otros desventajas. De este modo, aunque dos personas trabajen con la misma intensidad, puede que no logren iguales resultados.
La otra alternativa es la llamada ‘arbitrariedad moral’ propuesta por el politólogo estadounidense John Rawls. De acuerdo con esta teoría, el que una persona nazca o se críe, por ejemplo, inteligente, es irrelevante, porque a fin de cuentas es un asunto de suerte2. Rawls parte del hecho de que no tenemos control alguno sobre aspectos que pudieran ser determinantes en nuestras vidas y argumenta que, a raíz de esto, es imposible reclamar el mérito absoluto sobre los logros obtenidos.
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Si alguien nace con los genes adecuados para ser un gran atleta, o científico de renombre, este no puede tomar crédito por sus logros, pues todo se lo debe a la composición genética que lo favoreció arbitrariamente. De igual modo, si una persona recibe los estímulos necesarios de su ambiente para alcanzar el éxito, no puede tomar crédito absoluto sobre sus logros porque el o ella no eligió su lugar de nacimiento, su escuela, sus padres, su época, etc. sino que de forma arbitraria (suerte) esta persona nació en el ambiente adecuado para desarrollar sus habilidades.
Entiendo que ambas teorías son radicales. Por un lado, si aceptamos como bueno y válido que los resultados alcanzados son fruto exclusivo del propio esfuerzo, entonces, ninguna política de redistribución de riqueza sería legítima. Bajo esta premisa, el que más gana no debe pagar más impuestos que el que menos gana porque el primero simplemente trabaja más que el segundo. Por otro lado, si adoptamos la idea de que todo es cuestión de suerte, entonces, no habría incentivos para la innovación y el esfuerzo individual.
Mi propuesta es que siempre debemos adoptar una visión moderada en cuanto a este tema. Si bien es cierto que el estado asistencial en la República Dominica es financiado por los impuestos que pagan los que trabajan y generan riquezas, hay que entender que las políticas redistributivas bien diseñadas coadyuvan a remover obstáculos en el camino de personas que, aunque realizan un gran esfuerzo, luchan contra muchas desventajas. Aunque el esfuerzo individual debe ser incentivado, ciertos niveles de redistribución son necesarios para añadir algo de equidad en un mundo arbitrario.
1John Locke (1689). “The Second Treatise of Government.” Ed. By P. Laslett. Cambridge University Press, 1988.
2John Ralws (1971). “A Theory of Justice.” Harvard University Press
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