Desde hace décadas asistimos a un espectáculo penoso, Navidad tras Navidad los medios de comunicación se hacen eco de la entrega de las famosas cajas navideñas que reparte el Gobierno de turno, en medio de empujones, golpes, insultos, y mucho caos, gente por lo general trabajadora y civilizada, pierde todo tinte de dignidad en la competencia feroz por hacerse con una.
Estas situaciones que se generan a partir del proceso de entrega de la dádiva anual dejan mucha y triste tela que cortar para un análisis social. Las redes sociales se convierten en el espacio por excelencia donde condenar las actitudes de los protagonistas de esos videos, en los que se ve en forma encarnizada a madres y padres de familia peleándose por una funda de arroz hasta despedazarla y desperdiciar el cereal.
Pero, ¿cuál es la causa de que hombres y mujeres de bien se exhiban como salvajes a la hora de competir con vecinos y amigos por un poco de comida? ¿Es acaso la miseria de este pueblo tan profunda? ¿Cuál es el aporte que puede tener una caja con unos cuantos artículos, que en suma global llevan un gasto de millones y que de manera particular no resuelven el hambre de nadie?
¿Tiene sentido mantener una tradición que no hace más que poner de manifiesto la desigualdad que vive este pueblo? Porque cuando se habla de canastas navideñas hay una suma diferencia en función de para quién se diseñan, las que llegan a las casuchas son una cosa, las que se destinan a funcionarios millonarios son otras muy distintas.
Por otro lado, ¿sabemos cuál es el gasto real de este espectáculo de la miseria? ¿Por qué no se busca una vía más organizada para hacer llegar a la población una determinada ayuda para la famosa cena, o mejor cuando se tomarán medidas que busquen una sociedad basada en el trabajo y el desarrollo social y dejaremos de tratar al pueblo como mendigo? ¿Hasta cuando los medios se harán eco de estas realidades sin cuestionar en profundidad lo que implican?
¿Acaso siguen pensando los políticos de esta maltratada media isla que estos repartos anémicos de viandas y unos cuantos cereales les hacen ver magnánimos? Qué tal si para las navidades siguientes se trabaja para garantizar al pueblo la capacidad de comprar lo que requieren para las celebraciones, parece difícil el reto, pero la vida de lujo que exhiben ciertos funcionarios que hasta hace una década eran pobres como el resto, muestra que sí es posible cambiar la vida de algunos.
Aunque en este caso, la vida de los servidores públicos contrasta mucho con ese pueblo que se pega por una caja con más desesperanza que comida. Es importante tomar en cuenta que esa multitud que se araña por arroz y habichuelas comunica más sobre nuestra realidad que todas las movilizaciones juntas, que todos los reportajes en profundidad sobre pobreza y desigualdad, que todas las declaraciones contadas barriada por barriada, es un grito simbólico y desgarrador nacido de una realidad que aunque está siempre ahí se hace notar con más fuerza en “la época más bonita del año”.
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