Promover una cultura de paz tiene como eje estratégico la difusión de valores que son pilares de la convivencia y la justicia. Esta tarea representa un desafío, ya que la cultura en que hemos sido socializados ha sido la de la violencia, caracterizada por las agresiones verbales frecuentes, las riñas y los abusos de poder. Por eso, generar cambios en las actitudes es tan difícil. Por eso también, el proceso debe ir acompañado de la aplicación de sanciones ante la violación de las leyes.
Debemos comenzar tomando la firme decisión de eliminar la violencia como método para abordar los conflictos y, en lugar de ello, recurrir al diálogo y la negociación. Se trata de la búsqueda conjunta de soluciones que satisfagan a ambas partes. Es recomendable hacer caso omiso a las provocaciones y otros detonantes de enfrentamientos. Nos cuesta mucho pasar por alto los comentarios y comportamientos que percibimos como ofensivos. Ciertamente, a veces es necesario que reaccionemos y asumamos nuestra defensa, pero, en la mayor parte los casos, se trata tan solo de salvar el honor en inútiles batallas.
Para evitar prolongar un conflicto, debemos considerar la posibilidad de ceder el objeto del mismo y satisfacer así las demandas de la otra parte, con lo cual se pone fin a la controversia. ¿Cuándo debemos proceder de esa manera? ¿Siempre? ¡Claro que no! Se recomienda renunciar al objetivo cuando el mismo tiene mucho menos valor para nosotros que conservar la relación con la otra parte. Pero, si no es el caso o si ambas consideraciones resultan de nuestro alto interés, entonces una buena opción seguirá siendo el diálogo y la negociación, un mediador que ayude a canalizar el acercamiento o, en última instancia, un árbitro que decida.
¡Controlémonos! Aprendamos a identificar nuestros estados emocionales y pospongamos la decisión cuando sea necesario. Actuemos de la misma manera cuando es el otro el que se halla bajo una situación de ansiedad o de ira manifiesta, dominado por los secuestros neuronales. Por eso debemos aprender a identificar las emociones en los demás. Eso se llama empatía y es excelente para unas relaciones saludables.
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Hay que aprender a escuchar. ¡Cuánto nos cuesta estar callados! Y, cuando lo logramos, lo hacemos para ir elaborando una respuesta que tan solo sirve para hacer más radical nuestra posición y polarizar aún más la discusión. Escuchar es decir al otro que valoramos sus intervenciones tanto como las nuestras. Es creer en el valor de la discusión como herramienta para arribar a un acuerdo. Cuando escuchamos, debemos hacer contacto ocular con la otra persona, parafrasear (repetir de vez en cuando, pedir aclaraciones) y evitar interferencias debido a teléfonos móviles y otros distractores.
Utilizar frases de afecto hacia nuestro interlocutor, aún nos encontremos abordando un desacuerdo o un conflicto con todos sus elementos constitutivos, es una medida que puede ayudar a lubricar la comunicación. Expresiones tales como “mi amor”, “hermano mío”, “vecina querida”, “estimado amigo”, estimulan el entendimiento, ya que con ellas tratamos de remarcar a la otra parte que, por encima de la situación que hoy nos pueda estar enfrentando, se encuentran la valoración y los sentimientos positivos hacia su persona, lo cual jamás se debe negociar.
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