Firmeza y luz

Niños, mujeres y rehenes unidos por el vínculo traumático

viernes 14 mayo , 2021

Creado por:

Ángel Bello

Los casos de abuso infantil por parte de los padres contra sus hijos, la violencia del hombre contra la mujer y el cautiverio, son eventos que difieren entre sí no solo respecto a los contextos donde se producen, sino también en cuanto a los síntomas y signos que presentan las víctimas.

Sin embargo, en los cuadros característicos de este tipo de violencia prolongada y sistemática también podemos observar ciertos puntos en común. Es así como son frecuentes los síntomas y los signos asociados al trastorno por estrés postraumático (véase el Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales o DSM-V, de la Asociación Americana de Psiquiatría, APA) y la erosión de la autoestima de la víctima.

Entre los síndromes más característicos de la violencia ejercida de los padres contra sus hijos y de los hombres en perjuicio de sus parejas, se encuentra el vínculo traumático (Donald Dutton y Susan Painter, 1981).  Se trata de un deseo paradójico que presenta la víctima de permanecer junto a su agresor a pesar de los daños físicos y emocionales que éste le ha causado.

Hay situaciones relacionadas con algunos casos del cautiverio de rehenes en donde se ha identificado el mismo patrón de comportamiento de las víctimas en su relación con sus captores, aunque con menos evidencia científica (véase el Síndrome de Estocolmo, concepto acuñado por el psiquiatra Nils Bejerot en 1973).

El vínculo traumático está sustentado en dos pilares básicos que explican el cuadro. En primer lugar, nos encontramos frente a una relación asimétrica, donde el agresor ejerce un poder desproporcionado sobre la víctima, la cual, a pesar de tener una valoración negativa del primero, se siente en una relación de vulnerabilidad y dependencia hacia él.

Por otro lado, los episodios de violencia alternan con aquellos momentos donde el verdugo da muestras de un comportamiento caracterizado por los afectos y la compasión, lo cual garantiza las condicionantes propicias para el aprendizaje de un repertorio conductual basado en la sumisión y la obediencia: la intermitencia en la administración del reforzador positivo, caracterizada por ciclos de excitación aversiva alternados con otros de alivio y liberación. En otras palabras, la víctima permanecerá expectante sobre un “cambio” de comportamiento por parte de su verdugo.

El vínculo traumático y la convicción por parte de la víctima de que su agresor, más allá de su comportamiento violento y su maltrato, representa su principal fuente de protección y afecto, se explica también como resultado de la disonancia cognitiva (Leon Festinger, 1957), lo cual se produce cuando dos ideas opuestas e irreconciliables operan en la víctima, lo que le provoca ansiedad. En el caso de muchos niños abusados por sus padres y mujeres maltratadas por sus parejas, resuelven la disonancia asumiendo un sentimiento de culpa y concluyendo que “en el fondo, él es bueno”.

Romper con el vínculo traumático constituye un verdadero desafío, ya que se trata de un círculo vicioso difícil de extinguir. Aunque las recomendaciones van a ser distintas en cada una de las tres situaciones señaladas, trabajar en el fortalecimiento de la autoestima, una red de apoyo y el autocuidado, constituyen el común denominador de todas las estrategias enfocadas en romper con las cadenas que mantienen a las víctimas atadas impidiéndoles alcanzar la libertad.

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Ángel Bello

Psicólogo y consultor en Capacitación. Maestría en Gerencia y Productividad. Profesor de la Universidad Católica Santo Domingo.

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