Por: Esmerarda Montero Vargas (Magíster en Comunicación Social. Investigadora predoctoral del Departamento de Comunicación Audiovisual y Publicidad Universidad del País Vasco/Euskal Herriko Unibertsitatea (UPV-EHU)
En las últimas semanas, España vive un proceso doloroso y a la vez lleno de solidaridad. La desaparición del pequeño Gabriel Cruz llevó a una búsqueda que durante catorce días movilizó a cientos de voluntarios. La búsqueda del “pescadito", como le llamaba cariñosamente su familia, movió a la solidaridad de muchos y muchas que voluntariamente colaboraron para encontrarlo, tanto de forma física como a través de la redes, las fotos del pequeño circularon por todas partes, a medida que avanzaban los días.
Tristemente no hubo un final feliz. Ana Julia Quezada, madrastra del niño, confesó finalmente -tras ser detenida e interrogada- ser la responsable del crimen que segó la vida de Gabriel, un acto terrible de esos que nos hacen replantearnos nuestra humanidad, que duelen e hieren hondo, aunque no sucedan dentro de nuestra familia.
Este deplorable acto dejó mucho más que un dolor inenarrable en la familia de la víctima, y un sentimiento de rabia e indignación en todo un país, sino que sacó a flote el hecho de que los crímenes también se juzgan en función del origen de quienes los cometen.
Ana Julia no solo es la asesina que todo un país repudia (con toda razón), es también la mujer, dominicana y negra que desempolvó el racismo y la xenofobia que mora en muchas personas, que permanece aletargado hasta que una mecha lo enciende y sale a la luz con toda su crudeza.
Las redes sociales una vez más fueron el repositorio del odio y el prejuicio, en una situación difícil de leer y de abordar, la gente fácilmente puede confundir el repudio hacia los comentarios racistas, con la defensa de Ana Julia ante el crimen, nada más lejos de la realidad.
Se hace evidente, como ha pasado en otras ocasiones, que al margen de que un hecho sea abominable, las condiciones étnicas de quien lo ejerce puede influir en la forma en que la opinión pública lo aborda, mientras en España muchos llenaban las redes con mensajes racistas y llenos de odio, lo que llevó a la madre del menor a pedir a la gente “no dejarse llevar por la rabia”, en la República Dominicana circuló por las redes el rumor de que Ana Julia es de procedencia haitiana y poseedora de una documentación falsa, negando así su dominicanidad.
No hace falta ser muy analítico para comprender que aparte del execrable hecho que causa rechazo en sí mismo, este caso está mediado por componentes de xenofobia y la antinegritud, lo que no solo nos deja mucho en que pensar, sino que evidencia una realidad que se niega sistemáticamente, más existe.
Más allá del castigo que merece el crimen de Ana Julia, ha quedado claro que es molesto que sea precisamente negra para algunos españoles y según algunos, también es muy negra para ser dominicana.
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