En 2015, la comunidad internacional se comprometió con una de las metas más ambiciosas de la salud global: reducir la razón de mortalidad materna (RMM) mundial a menos de 70 muertes por cada 100,000 nacidos vivos antes del año 2030. Esta cifra no fue seleccionada al azar, sino que representa un umbral asociado con sistemas de salud fortalecidos, acceso universal a servicios esenciales y condiciones de equidad básicas para la atención a las mujeres durante el embarazo, parto y puerperio.
¿Dónde estamos?
República Dominicana cerró el año 2024 con una RMM de 124 por 100,000 nacidos vivos, de acuerdo con datos del Boletín Epidemiológico del Ministerio de Salud Pública. Aunque esta cifra aún está lejos del objetivo, es importante ponerla en contexto y analizar con profundidad sus implicaciones.
La Organización Mundial de la Salud (OMS) ha sido clara: para los países que no logren llegar a la meta de 70/100,000, al menos no deben duplicarla. En este sentido, nuestro país no solo no la ha duplicado, sino que se mantiene en un rango manejable si se consideran múltiples factores estructurales, demográficos y geopolíticos.
¿Quiénes han alcanzado la meta?
Países como Noruega, Japón, Finlandia, España y Canadá tienen tasas de mortalidad materna inferiores a 10 por 100,000 nacidos vivos. Pero no es justo ni científicamente ético comparar estos logros sin analizar el contexto: todos estos países cuentan con sistemas universales de salud, cobertura casi total de embarazos supervisados, altos niveles de educación femenina y una inversión per cápita en salud que supera en ocasiones los 3,000 USD, cuando en República Dominicana apenas supera los 500 USD según los últimos reportes de la OPS.
Incluso en América Latina, países como Chile (19/100,000 NV) y Uruguay (14/100,000 NV) se acercan o cumplen con la meta, pero con condiciones de mayor cobertura sanitaria, baja migración irregular, y una carga demográfica más manejable.
¿Y quiénes no lo han logrado?
Países con estructuras sociales similares a la nuestra —como Honduras (95), Guatemala (79), Haití (350), Guyana (112) o incluso Bolivia (144)— aún se encuentran lejos de la meta. La media regional de América Latina fue de 68/100,000 NV en 2020, pero esto oculta las profundas disparidades entre países. África subsahariana, por ejemplo, mantiene una media de 545 muertes maternas por cada 100,000 nacidos vivos, lo cual representa el 70% de todas las muertes maternas a nivel mundial.
Particularidades dominicanas: el elefante en la sala
Uno de los elementos que más complejiza nuestro escenario es la migración haitiana. En 2024, el 48% de las muertes maternas registradas fueron de nacionalidad haitiana, un dato que debe ser abordado con sensibilidad, pero sin evasión. Las pacientes migrantes, en su mayoría en situación irregular, llegan con acceso limitado al control prenatal, comorbilidades sin tratar, embarazos avanzados o complicados, y muchas veces ingresan al sistema cuando ya es tarde.
La evidencia es contundente: la atención materna en estas pacientes no solo representa una carga económica adicional, sino también un desafío clínico por la complejidad y el estadio tardío de los casos. A pesar de ello, el sistema dominicano ha sido receptivo y solidario, logrando atender sin discriminación a miles de mujeres cada año, aún cuando el costo no se transfiere directamente a su país de origen.
¿No estamos tan mal?
Es fácil caer en narrativas catastróficas, pero un análisis sereno y técnico demuestra que República Dominicana no está tan lejos de la meta como se percibe. Con una RMM estable (aunque aún alta), con inversiones crecientes en salud materna y con el desarrollo de protocolos de atención estandarizados, tenemos una base sólida para acelerar el descenso.
Además, el país ha avanzado en implementación de casas maternas, mejora de la cobertura de anticoncepción, expansión del parto institucionalizado, y capacitación continua del personal. Quedan desafíos, sin duda: hemorragias, trastornos hipertensivos, sepsis y abortos inseguros siguen siendo las principales causas. Pero sabemos dónde actuar.
El compromiso de reducir la mortalidad materna no es una carrera entre países, sino un deber ético con las mujeres. La meta de 70 es una guía, no una sentencia. Mientras no la hayamos duplicado, tenemos margen para mejorar. Y en un contexto donde la mitad de nuestras muertes maternas no son de ciudadanas dominicanas, debemos reconocer que el sistema está resistiendo, salvando vidas y mostrando una resiliencia admirable.
República Dominicana no debe ser evaluada con la misma vara que Suecia o Canadá, sino con la realidad que enfrenta día a día: alta migración, limitaciones presupuestarias y grandes retos estructurales. Y aun así, no estamos tan mal. Estamos avanzando.
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