Noviembre es el mes de la familia. La ocasión es propicia para enfocar nuestro análisis en el rol que desempeña el principal agente de socialización del niño en sus actitudes, en estos tiempos cuando se cuestiona tanto el lugar que ocupan los valores éticos y morales en la jerarquía de prioridades del individuo.
Los valores morales están inherentemente vinculados con la dignidad y el sentido de pertenencia a un grupo de las personas, contribuyendo a su crecimiento como seres humanos, ya que establecen una relación entre su conducta y el concepto del bien.
Por tanto, vivir en valores significa actuar de manera correcta, tomando en cuenta que nuestras acciones no solo deben ser una expresión del aprecio y el respeto que sentimos hacia nosotros mismos, sino que también han de tomar en cuenta el bienestar de los demás y la convivencia pacífica.
La educación en valores implica una serie de aspectos o dimensiones axiológicas, las cuales se traducen en normas sociales que condicionan nuestra aceptación en los diferentes grupos a los cuales nos vamos incorporando durante el proceso de socialización.
Dos temas que figuran en nuestra agenda mediática hoy día son los plagios, la corrupción administrativa y la declaración jurada de bienes de dudosa credibilidad, lo cual debe remitir a los padres y las madres a revisar el aprendizaje del valor del esfuerzo como pilar de la educación que brindan a sus hijos.
Aprender a esforzarse significa poder lograr las metas venciendo y superando los obstáculos, y perseverando ante los embates de los desafíos que se puedan presentar en el trayecto.
Hay que enseñar a los niños y los jóvenes a trazarse metas realistas, aunque sin dejar de guardar correspondencia con un nivel de aspiración elevado.
Mediante el modelamiento del propio ejemplo, el reforzamiento de los comportamientos adecuados y la reducción o eliminación de aquellos inapropiados, los padres deben fomentar en los hijos los principios éticos y morales para que puedan controlar sus impulsos y sus ambiciones desmedidas, posponer las gratificaciones y valorar el trabajo y el esfuerzo como únicas vías para lograr los objetivos de una mejor calidad de vida, a lo cual tiene derecho cada ser humano.
Usufructuar las ideas ajenas pretendiendo que son el resultado de la propia creatividad y abrazar actividades reñidas con la ley, la moral y las buenas costumbres para obtener prosperidad económica bajo la farsa del emprendimiento, son tan solo dos muestras no solo de un Estado permisivo y tolerante que ha legitimado la corrupción, sino también de una familia que ha perdido su norte como principal fuente para la formación de la conciencia moral que nos dicta las pautas para exigir nuestros derechos y también cumplir sin ninguna excusa con nuestros deberes.