En mis dos años residiendo en Estados Unidos, he conocido centenares de venezolanos arrechos, muy inteligentes, líderes en distintas áreas, con una calidad humana excepcional. Cuando comparto con un venezolano, siento que estoy con un compatriota dominicano, que también disfruta de un arroz blanco con habichuelas y carne a la que ellos llaman "pabellón criollo". He descubierto que son luchadores en su mayoría y anhelan la libertad que les ha sido negada con un régimen que ya no sabe ni lo que ve, lo que hace, lo que siente ni lo que decide. Quiero aprovechar para fijar el foco a lo que posiblemente Nicolás Maduro aún no ha madurado en su visión egoísta de “gobernar”.
En la última década, Venezuela ha sido testigo de un éxodo sin precedentes. Más de ocho millones de venezolanos han abandonado su patria, buscando desesperadamente un futuro mejor lejos del régimen dictatorial que ha sumido al país en una profunda crisis económica y social. Esta migración masiva no es solo una cuestión de números; representa un clamor colectivo por libertad y dignidad en un contexto donde la represión y la falta de oportunidades son la norma.
Las historias de familias separadas se cuentan por miles. Padres que han tenido que dejar a sus hijos atrás, con la esperanza de poder brindarles una vida mejor desde la distancia; jóvenes que abandonan sus estudios y sus sueños para asegurar la supervivencia de sus seres queridos. La emigración forzada es una herida abierta en el tejido social venezolano, donde la búsqueda de libertad y protección supera incluso el dolor de la separación familiar. Este sacrificio es un testimonio elocuente del valor que los venezolanos dan a su dignidad y su futuro.
El aferrarse al poder a toda costa por parte del régimen de Maduro perpetúa una situación social insostenible y alimenta la fuga de capital humano que Venezuela tanto necesita para su desarrollo y consolidación. Los profesionales capacitados, los jóvenes talentosos y los emprendedores están construyendo sus vidas y carreras en otros países, privando a Venezuela de los recursos humanos necesarios para cualquier esperanza de recuperación y progreso. Esta pérdida no solo es inmediata, sino que tendrá repercusiones a largo plazo en la capacidad del país para reconstruirse.
Curiosamente, solo aquellos países que comparten ideales autoritarios similares a los de Maduro son los que celebran su "triunfo" y "logros". Estos apoyos no son más que ecos de regímenes que también luchan por mantener un control férreo sobre sus poblaciones, ignorando los principios de la democracia y los derechos humanos. Este respaldo internacional limitado pone en evidencia el aislamiento creciente de Venezuela en la comunidad global, donde la mayoría de las naciones abogan por la justicia, la transparencia y el respeto por los derechos fundamentales.
El mundo ha cambiado, y las nuevas generaciones, tanto dentro como fuera de Venezuela, rechazan cada vez más las injusticias y el abuso de poder. Los jóvenes, con su espíritu innovador y su compromiso con los derechos humanos, están en la vanguardia de una lucha global contra la tiranía. En Venezuela, este espíritu se manifiesta en una resistencia constante, en la denuncia de las irregularidades y en la búsqueda de un cambio profundo. Las generaciones emergentes son la esperanza de un futuro diferente, donde la justicia y la equidad prevalezcan sobre la opresión.
A todos los hermanos y hermanas de Venezuela, quiero recordarles que, en medio de la oscuridad, siempre hay una luz que guía nuestro camino. "Soñar no te hará ningún bien si olvidas vivir", pero en cada acción, en cada paso que damos, podemos acercarnos un poco más a esos sueños de libertad y prosperidad. Mantengan viva la llama de la esperanza, sigan luchando con la misma valentía que los ha caracterizado y recuerden que su fortaleza y resiliencia son un faro de inspiración para el mundo entero. No están solos en esta lucha; cada venezolano en cualquier rincón del planeta lleva consigo el espíritu indomable de su tierra.
Como dominicano, he visto el transcurrir del proceso de elecciones en Venezuela y he sufrido y derramado lágrimas por el pesar de mis amigos y hermanos al pasar por una situación que no les permite vivir en aquella Venezuela de gloria de hace décadas atrás. A ellos dedico este escrito. Es un llamado a reconocer el coraje y la resiliencia del pueblo venezolano, a nunca perder la esperanza y a seguir luchando por un futuro en el que la justicia y la libertad prevalezcan. Unidos en espíritu y en propósito, venceremos.
El Lic. Néstor Saldívar posee una maestría en Ciencias de la Educación, con enfoque en Planificación Educativa. Es abogado y comunicador, antiguo director asociado de comunicación de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días para la región del Caribe. Obtuvo la visa EB-2 con la exención por interés nacional en base a sus propios méritos en tan solo 45 días. Por su experiencia y con deseo de ayudar a otros a lograr lo mismo, crea contenido educativo desde su plataforma ResidenciateconS y otros medios.
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