En los últimos años, principalmente en la década más reciente, los gobiernos han destinado cuantiosos recursos para incidir cada vez más en la opinión pública, ya sea a través de las redes sociales, como de los medios de comunicación convencionales (radio, televisión).
La intención es hacer que defensores del Gobierno, con acceso a medios, puedan “opinar” a favor de las realizaciones gubernamentales, mientras que los partidos de oposición hacen lo propio, aunque con menos recursos, para que otros “hacedores de opinión pública” critiquen las acciones gubernamentales.
Hay comunicadores que se “prestan” o se “venden” para eso, mientras otros no lo hacen y prefieren asumir una posición, parcial o imparcial, pero no dependiente o condicionada previamente por intereses específicos, sino, más bien, por su vocación periodística, para quienes lo son.
Pero el punto a analizar aquí no es sobre quién o quienes opinan a favor o en contra de las acciones gubernamentales de servicios a la población, sino sobre lo que se dice o no se dice en procura de aparentar una alta eficiencia o deficiencia desde la administración estatal.
Por ejemplo, se dan los casos en que “opinadores” en los medios de comunicación califican los servicios de salud de los hospitales del Estado como un desastre. Sin embargo, es posible que el ciudadano que está en la sala de espera de un centro médico público se sienta bien atendido u observe que las atenciones son adecuadas y entonces entenderá que el “opinador” en el medio de comunicación está mintiendo o manipulando información para hacer quedar mal al Gobierno.
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Pero lo mismo ocurre a la inversa, cuando “opinadores” insisten en decir en los medios de comunicación que tal o cual problema estatal está resuelto, mientras los ciudadanos, usuarios del servicio en cuestión, sufren la inoperancia y, al escuchar a quien dice que no es así, se da cuenta de que le están mintiendo y de que no es cierto que el Gobierno lo haya resuelto.
Tanto de un lado como de otro, la ciudadanía tiene la oportunidad de comprobar por sí misma si es cierto a no que determinados servicios del Estado funcionan medianamente bien o mal, además de si se resolvió o no uno que otro problema que haya sido denunciado en algún sector del país.
Esa manipulación de la opinión pública tiende a ofrecer la apariencia de que hay preferencias o rechazos hacia uno u otro aspirante a un cargo público, ya sea municipal, legislativo o presidencial, ignorando que la realidad puede ser otra muy distante.
Pasa lo mismo con las encuestas de preferencia electoral. La mayoría se realizan a través de las redes sociales, lo cual indica que quienes dan sus respuestas son usuarios de esos medios, los cuales representan a una minoría de la población. Cuando llegan las elecciones y los resultados les son adversos, entonces pueden pensar que les hicieron fraude, pues todas las encuestas le daban ventaja. El problema es que esas encuestas no estaban dirigidas a la población que realmente va en masa a ejercer el voto.
De ahí la importancia del sistema de elección por voto popular como expresión democrática de la
selección de nuestros gobernantes. De ahí, también, la importancia de que los aspirantes mantengan contacto directo constante con los segmentos poblacionales y no se concentren exclusivamente en los medios electrónicos de las redes sociales para ganar simpatías.
Las redes sociales son una alternativa eficiente para captar votantes de determinados segmentos, pero no son los canales más importantes e impactantes a la hora de captar los votos. La gente que vota, el pueblo llano, sencillo, trabajador y decisivo está en estratos sociales bajos, tanto económicos como educativos, por lo que no son, en su mayoría, usuarios de redes sociales, sino, más bien, receptores del contacto directo, personal, cada a cara con quienes desean el favor de su voto.
La próxima contienda electoral aparenta ser una de las más interesantes de las últimas décadas y, posiblemente, dejarán de manifiesto resultados electivos distintos a los que apuntan los bombardeos mediáticos en redes y medios tradicionales. Al final, la población se expresa con base en lo que ve, lo que recibe y lo que siente.
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