La democracia es el sistema de dirección más popular bajo cualquiera de sus denominaciones. De manera general, podríamos afirmar que la democracia tiene su base en la toma de decisiones a cargo del grupo, partiendo de la premisa de que todas las personas tienen derecho a participar en aquellas decisiones que afectan sus vidas.
En términos ideales, las decisiones deberían contar con la aprobación de cada uno de los miembros del grupo. Sin embargo, el sistema prevé la posibilidad de que la unanimidad no sea el escenario y, ante tal situación, la mayoría decide.
Ahora bien, la democracia no es un sistema perfecto. Sus métodos adolecen de algunas limitaciones que dificultan su adecuación a la filosofía que la inspira. Como muestra, podemos citar el hecho de que todos los votos tienen idéntico valor. Al margen de las bondades que esto pueda tener en términos de la garantía del derecho humano a la igualdad, la situación también representa un desafío para la educación (no somos iguales) y el ejercicio consciente del voto.
Otra consecuencia no deseada del sistema democrático se refiere a la gran cantidad de tiempo que se tiene que invertir en la toma decisiones en comparación con el sistema autocrático, donde el líder toma la decisión unilateralmente.
De igual manera, la enorme cantidad de miembros que tienen ciertos grupos también comporta una limitante para el ejercicio de la democracia pura, como consecuencia de lo cual las diferentes facciones habrán de expresar sus opiniones a través de líderes que las representan, quienes, de alguna manera, deciden autocráticamente.
Estos son tan solo algunos de los escollos del sistema democrático. Sin embargo, también podemos citar sus grandes ventajas. En ese sentido, cuando asignamos el mismo valor a todos los votos, estamos considerando no solo el derecho inalienable de la igualdad, sino también el derecho que cada individuo tiene a tomar sus propias decisiones y ser escuchado.
En lo relativo al tiempo que toman los acuerdos, debemos dejar establecido que las decisiones democráticas resultan de mayor calidad que aquellas tomadas de manera unilateral. El método representativo, si bien es cierto que obstruye la expresión directa, se sustenta a su vez en pilares democráticos, ya que aquellos líderes a quienes los grupos delegan el poder son producto de decisiones democráticas o al menos así se presume.
La democracia también prescribe el ejercicio de la libertad de expresión y difusión del pensamiento, lo cual es la espina dorsal de la participación. Esto aplica aun cuando la opinión del individuo no se vea reflejada en la decisión final, puesto que la libre expresión del pensamiento representa una suerte de catarsis, lo cual contribuye a la homeostasis y a la salud mental tanto de la persona como del colectivo.
Esta catarsis vale como traspolación desde la terapia durante la entrevista clínica, donde el terapeuta utiliza este recurso como herramienta que contribuye a la sanación de aquellos que acuden a él. Por consiguiente, la libre expresión es útil tanto para los especialistas en conducta humana como para los líderes en la dirección de los grupos, y en ambos contextos es directamente proporcional a la salud mental de las personas y de los grupos.
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