Por: Paula Baena Velasco
Embarazada del primogénito del hijo pequeño de Lady Di, la duquesa de Sussex se encuentra lejos de provocar en los británicos la veneración que suscita su fallecida suegra, a pocas semanas de dar a luz.
La exactriz Meghan Markle, reconvertida en duquesa el pasado mayo tras su enlace matrimonial con el príncipe Enrique, ha sido motivo del más escrupuloso escrutinio por parte de la prensa del Reino Unido desde que saltara a la palestra como futura integrante de la familia real.
Desde entonces, las críticas le han llovido por unos u otros motivos pero, en las últimas semanas, estas se han centrado en su embarazo y todo lo que lo ha rodeado.
Con motivo de su inminente alumbramiento, previsto para abril, la exactriz estadounidense organizó una fiesta de celebración en Nueva York (EE.UU.) el mes pasado.
El evento, conocido como "Baby Shower", en el que los amigos regalan a la futura madre cosas para el niño, ha tenido, según ha publicado la prensa británica, un coste de 500.000 euros.
Una cantidad que muchos han tildado de desproporcionada y que, al parecer, a la reina Isabel II no le habría gustado en absoluto.
Precisamente, durante esa fiesta y según recogió una revista estadounidense, la mujer del príncipe Enrique habría manifestado a sus amigos su intención de criar a su futuro vástago con una "aproximación al género fluida".
Es decir, educándole sin imposiciones de estereotipos de género, como juguetes y colores enfocados a los niños en función de su sexo.
Una historia que el palacio de Kensington, residencia oficial de los duques de Sussex y de los duques de Cambridge, se ha apresurado a desmentir este sábado.
Otra de las cuestiones que se han comentado sobre la gestación del futuro bebé real, cuyo sexo no será revelado de forma oficial hasta que nazca -aunque los rumores apuntan a que se trataría de un varón-, ha sido la cantidad de veces que Markle se toca la barriga en público.
Desde que se conociera su estado de buena esperanza, no hay ocasión en la que la exintérprete, de 37 años, no se acaricie la panza en cualquier aparición pública que protagoniza.
Un actitud que no ha dejado indiferentes a los británicos, que se han preguntado en redes sociales el por qué de esas caricias.
Con todo, los reproches a la estadounidense no se han limitado a su embarazo, sino que vienen de antes y vivieron un punto álgido cuando se desató la polémica sobre la ausencia de su padre en su boda.
Thomas Markle, de 74 años no acompañó a su hija al altar, como manda el protocolo, por, supuestamente, problemas de salud.
El progenitor de la duquesa hizo pública el mes pasado una carta en la que revelaba el alcance de las desavenencias entre padre e hija.
En la misiva, Meghan lamentaba que su padre no le hubiera comunicado en persona que no iba a asistir al casamiento y le reprochaba no haber frenado a su hermanastra Samantha mientras ella sufría por sus "mentiras viciosas".
"Si me quieres, como le dices a la prensa que lo haces, por favor para. Por favor, déjanos vivir nuestras vidas en paz", suplicaba a su padre la nuera del heredero al trono británico, el príncipe Carlos.
Samantha, que ha acusado de "trepa" en numerosas ocasiones a Meghan, volvía al ataque esta semana en un documental emitido en la cadena Channel 5 titulado "Meghan y los Markles: Una Guerra de Familia" en el que afirmaba que su hermanastra trata al padre de ambas con "frialdad".
"No tiene corazón porque, sino, estaría haciendo todo lo que pudiera para hacerle sentir bien y querido a su edad", manifestó Samantha.
Además de los problemas con su familia de sangre, Meghan ha sufrido también encontronazos con sus asistentes, dos de las cuales decidieron no continuar trabajando para ella a finales del año pasado por, supuestamente, su fuerte carácter.
Su relación con la duquesa de Cambridge tampoco se libra de las especulaciones de que no es buena y cada encuentro que protagonizan juntas es mirado con lupa en el Reino Unido.
A punto de convertirse en la madre del octavo bisnieto de la reina Isabel II, Meghan Markle trata de sortear las críticas y centrarse en sus labores humanitarias y en su vida conyugal con la esperanza de que la llegada del deseado bebé amaine la animadversión hacia su persona.