Los riesgos laborales hacen referencia a las probabilidades de que un trabajador sufra un determinado daño, es decir, lesiones, enfermedades o accidentes (o, incluso, la muerte) derivado del trabajo que desempeña.
Uno de los riesgos a los que están sometidas las personas en el desempeño de su trabajo está en función de la interacción con otras personas, lo cual puede disparar una serie de comportamientos violentos que suponen un importante riesgo para su salud y su seguridad.
Esos riesgos pueden ser internos o externos. En el caso de los primeros, deben su denominación al hecho de que la violencia tiene lugar entre los miembros del personal (empleados, directivos), mientras que los segundos ocurren entre éstos y personas ajenas al lugar de trabajo.
Una de las fuentes de riesgo de violencia externa son los clientes y los usuarios, por lo que, el sector servicios es el más proclive a estos episodios. Es así como los empleados de los sectores de salud, educación y ventas son de los principales blancos de estos ataques, traducidos en agresiones físicas, conductas verbales amenazantes, intimidatorias y abusivas, y acosos.
Por otro lado, el robo con violencia o intimidación, comúnmente conocido como “atraco”, es un tipo de violencia externa que, en el contexto laboral, es ejercida por personas ajenas al lugar de trabajo con el fin ilegítimo de apropiarse de lo que no es suyo.
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De acuerdo con la Organización Internacional del Trabajo (OIT), los actos de violencia provocan una alteración inmediata y a menudo duradera de las relaciones interpersonales, la organización del trabajo y el entorno laboral en su conjunto.
En los empleadores recae el costo directo del trabajo perdido y de la necesidad de mejorar las medidas de seguridad. Entre los costos indirectos se pueden citar la menor eficiencia y productividad, la reducción de la calidad de los productos, el incremento en el índice de rotación de personal, el deterioro de la imagen corporativa y la disminución del número de clientes.
Entre los síntomas y signos de un impacto en la salud mental de las víctimas, podemos citar: sentimientos de ira, desconfianza general frente a personas extrañas, ataques de ansiedad, dificultad para concentrarse y depresión.
Completan el cuadro los sentimientos de indefensión, aislamiento, vulnerabilidad y culpabilidad, trastornos del sueño y del apetito, entre otros. Muchas veces los efectos son inmediatos, pero también se pueden presentar a largo plazo.
La mejor estratega de mitigar los riesgos de violencia externa es la prevención, adoptando medidas en todas las fases de la actividad de una empresa. Esto incluye la identificación y detección de los factores de riesgo, su análisis, evaluación y control.
Aunque no podemos evitar en su totalidad la violencia que proviene por parte de clientes y usuarios, y la que se genera como consecuencia de la delincuencia y los atracos, tampoco podemos eludir el tema. La decisión más efectiva es encaminar nuestros esfuerzos a reducir los riesgos y afrontar las consecuencias, procurando así la continuidad de un clima laboral satisfactorio y una percepción de seguridad favorable a la identificación con el trabajo y al compromiso organizacional, factores asociados a la motivación, la retención de los empleados y la calidad del servicio.
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