La palabra "estrés" es una de las más empleadas por los dominicanos en sus interacciones cotidianas. Y es que, sin temor a equivocarme, todos, de una u otra manera, hemos padecido este síndrome en más de un momento de nuestras vidas, con las consecuencias adversas para nuestra salud que muchas veces acarrea.
Se trata de una serie de reacciones, tanto físicas como psicológicas, con las que respondemos ante determinados estímulos, ya sea luchando o huyendo.
Es importante puntualizar que el estrés, en principio no es nocivo, ya que una adecuada dosis del mismo, favorece tanto el logro de nuestras metas como el escape de situaciones que puedan representar un peligro o amenaza para nosotros. Ahora bien, estar sometido a una situación estresante con demasiada frecuencia, de larga duración o de una enorme intensidad, podría traducirse tanto en trastornos conductuales como orgánicos.
En el orden psicosocial, la lista de agentes potencialmente estresores es infinita: los conflictos familiares, la muerte de seres queridos, el ambiente laboral, los retos académicos, el tránsito y muchos otros más.
En el periodo electoral al que los dominicanos estamos asistiendo en la actualidad y que, en total inobservancia a la legislación que regula la celebración de elecciones, inició de manera prematura, uno de los mayores estresores es la actividad político-partidista. En ese orden de ideas, el abrumador proselitismo y los escarceos de los candidatos para retener el poder o arribar al mismo, constituyen, sin lugar a dudas, una de las principales variables que las familias dominicanas han tenido y tendrán que afrontar en este 2020 para blindar su salud y bienestar, ya de por sí afectados por la inseguridad y la infrasatisfacción de sus necesidades fundamentales.
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Para muestra bastan unos cuantos botones: la tensión a la que fuimos sometidos a propósito de los aprestos para modificar la Constitución y, de esa manera, restaurar la reelección presidencial, representó durante el año pasado uno de los principales factores generadores de tensión e intranquilidad pública de los últimos años. Este "plato fuerte" (demasiado fuertes, diría yo), tuvo como "postre" (con el amargo sabor del caos) las denuncias de fraude a raíz de las primarias del Partido de la Liberación Dominicana y los mortificantes llamados a las confrontaciones y la violencia producto de estos enfrentamientos entre las facciones moradas. Agreguemos a todo esto, el desempeño errático y ambivalente de una Junta Central Electoral que ha evidenciado severas debilidades gerenciales, aún en la actualidad.
De la misma manera, los inagotables conflictos que han enfrentado a ambas corrientes del Partido Revolucionario Dominicano, han contribuido al desasosiego y los cuadros de ansiedad y depresión en la población dominicana.
Ante este panorama y tomando en cuenta que aún tenemos por delante el tramo más álgido del tortuoso proceso electoral, resultaría apropiado que los ciudadanos tomemos nuestras propias medidas de precaución para minimizar los efectos de estas eventualidades. Entre estas medidas es aconsejable asumir el propio control de nuestro presente y nuestro futuro, para que no dependa tanto de las promesas de los candidatos, ya que, en la mayoría de los casos, la salud mental no es parte de la agenda… al menos, la del pueblo que los elige.
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