Estamos a las puertas de una de las Navidades más atípicas que jamás hayamos vivido, a causa del Covid-19.
Entre las restricciones que han dispuesto las autoridades y que más oposición han encontrado en la población, por diversas razones, se encuentra el toque de queda o confinamiento obligatorio durante parte de la noche y toda la madrugada.
Estas reacciones adversas se han recrudecido en las últimas semanas ante la inminencia de la extensión del confinamiento durante las festividades navideñas.
Muchos se resisten a la idea de pasar la Noche Buena y el fin de año recluidos y separados de gran parte de sus seres queridos.
El ministro de Salud Pública, Plutarco Arias, ha propuesto como solución que, en lugar de que el 24 y el 31 de diciembre, como es tradición, las familias se reúnan para cenar, lo hagan durante el almuerzo, previa declaración de esos días como no laborables. Así, no se negociaría el horario del toque de queda.
La flamante idea del funcionario no ha encontrado eco entre los principales sectores. Uno de los argumentos que esgrimen las familias es que celebrar la Navidad y el fin de año de esa manera contrastaría con la tradición y, por vía de consecuencia, las dos efemérides perderían su esencia y la desbordante euforia asociada con esta época del año.
¿Qué diferencia hay entre celebrar la Navidad y el fin de año apegados a la costumbre de reunirnos en familia y divertirnos en horas de la noche, y hacerlo, como propone el Dr. Arias, durante el día?
Objetivamente hablando, la respuesta es "ninguna".
Sin embargo, cuando partimos del análisis del complejo comportamiento humano, encontramos la explicación en los esquemas mentales del individuo, construidos a través del proceso de socialización y reforzados mediante el aprendizaje que a lo largo de los años va conformando su identidad.
En muchos casos, esos esquemas devienen en inferencias e ideas irracionales, carentes de toda lógica, respecto a nosotros mismos, a los demás y a cómo funciona o debería funcionar el mundo.
Esa rigidez cognitiva, sustentada en estereotipos, prejuicios y resistencia al cambio, es la causante de que evaluemos los eventos y las situaciones con pesimismo y, a veces, con pensamiento catastrófico, impidiéndonos tener un enfoque más útil y la búsqueda de soluciones creativas a los problemas.
En otras palabras, las personas se atormentan debido no tanto a los hechos que acontecen a su alrededor, sino a la valoración que hacen de ellos, lo cual produce en ellas la tristeza y los trastornos emocionales que les impiden lograr la meta de ser feliz.
Si somos capaces de cambiar nuestros patrones de pensamiento, generaremos una actitud más optimista y más compatible con la realidad. Para ello, debemos analizar nuestras ideas irracionales, cuestionarlas, desafiarlas y confrontarlas.
El calendario no es más que un recurso que nos permite organizar un poco los acontecimientos. Podemos estar seguro de que cada día termina un año e inicia otro.
Celebremos esta Navidad liberándonos de las ataduras que significan nuestros esquemas mentales irracionales y generalicemos esta acción a toda nuestra vida. Con ello, la tradición no se va a perder.
Disfrutar esta y cualquier otra Navidad a plenitud, depende de nosotros mismos, de nuestra flexibilidad y creatividad. ¡Aprovechemos la crisis para cambiar y ser mejores!