Por: Esmerarda Montero Vargas (Magíster en Comunicación Social. Investigadora predoctoral del Departamento de Comunicación Audiovisual y Publicidad Universidad del País Vasco/Euskal Herriko Unibertsitatea (UPV-EHU)
Hace ya unos años, cuando apenas contaba con un semestre en la carrera de periodismo, se presentó ante mí una oportunidad que parecía única: pude entrar como asistente de producción de un programa de variedades ya extinto. Voy ahorrarme el nombre del canal porque ese es un tema sobre el que deseo escribir más adelante.
El punto es que con 19 años de edad y esa idea romántica de comerme el mundo, yo me sentía en las nubes trabajando entre personas, cuyas caras había visto en la pantalla mientras crecía y que de cierta forma admiraba.
La televisión me parecía un espacio mágico y único, donde todo era posible, pero la ilusión duró poco. No tardé mucho en darme cuenta de que el hecho de ser mujer, sumado a mi juventud e inexperiencia, me convertían en un objetivo, en ese mundo dominado por hombres. Yo era como una pieza de carne fresca rodeada por lobos voraces, sobraban los consejos: “si eres simpática ascenderás rápido”, “todas las que llegan lo hacen así” (hecho que no comparto).
En este mundo sufrí toda clase de acosos, desde repetidas invitaciones de superiores, que obviamente era un acto inadecuado en mi situación, hasta chantaje directo. Resistí cerca de dos años en los que fui asistente de producción, coordinadora de piso y por un breve tiempo presentadora de un pequeño proyecto propio. Cada día era lo más parecido a caminar sobre un cartón de huevos, debía tener el tacto suficiente para rechazar las ofertas y mantener mi dignidad entera, pero sin ofender lo suficiente y sufrir las repercusiones.
Hasta que un día me rompí, no pude más y salí despavorida dejando todo atrás. Aquella cadena de infortunios me llevó a enfocarme en mi carrera y abandonar la idea de trabajar frente a la pantalla, el medio me seguía pareciendo especial, pero la forma en que funcionaba desde dentro, sencillamente me aterraba, así que decidí especializarme en su estudio, pensé al menos desde fuera seguiré vinculada al medio, pero estaré a salvo, gran error!
Ahora que me dedico a analizar los productos televisivos, saco en claro que con escasas salvedades, la figura femenina en la televisión está en su mayoría relegada al plano de adorno, de bailarina o dama de compañía, de ahí que sea tan típica la imagen de un hombre bien vestido, rodeado como un príncipe en su harén de vistosas bailarinas o copresentadoras, escasas en ropa y generosas en carne, que bailan al ritmo “ en que sube y baja la bolita” a demanda del macho dominante.
Seguimos viendo entrevistas a actrices y cantantes casi siempre llevadas al terreno sexual, tocamientos inapropiados y toda clase de comentarios degradantes, “pero no pasa nada es la picardía del dominicano”. ¿Verdad?
Tanto delante, como detrás de las cámaras la televisión es un reflejo de la posición de la mujer en el imaginario social y nada cambiará a menos que se rompa con estos estereotipos, donde una mujer ocupa el rol de objeto hermoso, que posa y sonríe al lado de su jefe, y no dice nada más, porque no se requiere nada más de ella, porque es un accesorio más del atrezzo.
La televisión va mucho más allá de ser un mero medio masivo, posee una fuerte carga simbólica, con capacidad de influencia, creadora y reproductora de la cultura popular y es un reflejo del país que la produce.
La televisión posee en el engranaje de la sociedad una posición de influencia, ya sea en el consumo lúdico o cómo fuente de información, siendo ésta un medio que crea contenido, genera sentido y cambio social (Montero, E. 2018).
De ahí que resulte tan preocupante que en un país como República Dominicana con una tasa de feminicidios tan alta, con una fuerte cultura machista, en pleno 2018 tengamos tan actualizados estereotipos tan degradantes, algo que se extiende a todas las áreas, incluida la publicidad.
"El principal papel de la mujer en publicidad televisiva es el objeto erótico al que los hombres dominan mediante la violencia para vendernos desde un perfume hasta un coche. Por supuesto ese objeto erótico debe de ser bello, por lo que el atractivo físico es una carga mayor para la mujer que para el hombre, provocando otra desigualdad de género, que se retransmite por los medios de comunicación hasta la saciedad, reviviendo una y otra vez la lección que la cultura patriarcal enseña a niños y niñas desde muy pequeños: ellas son pasivas y ellos son activos, ellas están dispuestas a todo lo que los hombres quieran y ellos pueden hacer todo lo que les plazca con un cuerpo entrenado para la violencia del erotismo". (Pérez, S. 2018).
No estoy diciendo con esto que no haya grandes y talentosas mujeres en la televisión dominicana, que las hay, y muchas de ellas cuentan con mi admiración y respeto sobre todo en el área del periodismo de investigación, no conozco sus historias personales, pero estoy segura de que la primera parte de este artículo no les sonará ajena, porque ésta es una terrible realidad, y dentro del medio televisivo es casi cultural, está totalmente normalizado.
En mi opinión la televisión dominicana tiene muchas materias pendientes, pero si se ha de comenzar por una de ellas, yo propongo rescatar el rol femenino que se encuentra secuestrado por esquemas machistas, que utilizan y degradan a la mujer.
Z Digital no se hace responsable ni se identifica con las opiniones que sus colaboradores expresan a través de los trabajos y artículos publicados. Reservados todos los derechos. Prohibida la reproducción total o parcial de cualquier información gráfica, audiovisual o escrita por cualquier medio sin que se otorguen los créditos correspondientes a Z Digital como fuente.