Uno de los más grandes escollos que han tenido las naciones y los grupos sociales a lo largo de la historia ha sido su incapacidad para lograr interpretar de manera adecuada las emociones, los sentimientos y las opiniones de los demás, entender sus actitudes, comprender sus posiciones, valorarlas y respetarlas. Esa situación dificulta en extremo unas relaciones sociales cooperativas y saludables, donde la resolución pacífica de los conflictos y la convivencia sea la norma.
Ese pecado capital que pone obstáculos a la consolidación del sistema democrático, donde nuestros derechos se encuentran condicionados por los derechos de los demás y donde la igualdad constituye la espina dorsal del sistema, se llama “intolerancia”, y, con frecuencia, se hace acompañar de los prejuicios y la creencia de que nuestra cosmovisión, cultura, estilo de vida y actitudes, tienen que ser el común denominador de todos.
Esta situación ha sido el catalizador para la comisión de los abusos y las injusticias más crueles, y de las ignominias más lesivas a la dignidad humana. La intolerancia ha dejado a su paso una estela de muertes atroces bajo las formas de agresiones verbales y físicas, torturas, homicidios, genocidios y linchamientos, a causa de la discriminación racial (el Ku Klux Klan en Estados Unidos) o el fanatismo religioso (las Cruzadas en la Europa latina cristiana).
Pero la intolerancia no se circunscribe a los crímenes que tienen como consecuencia la muerte de seres humanos que muchas veces no son más que chivos expiatorios para la canalización de toda suerte de resentimientos y frustraciones acumuladas de los victimarios y del colectivo social. La intolerancia también se aposenta en las familias, los partidos políticos, las empresas, las comunidades y todo tipo de asociaciones y gremios que defienden de manera tozuda e irracional los intereses de los sectores que representan, en todas las partes en conflicto.
De esta manera, podemos advertir esta falta de empatía y asertividad en demócratas y republicanos estadounidenses.
la extrema derecha y la izquierda de Reino Unido a propósito del Brexit, y entre simpatizantes del gobierno de Nicolás Maduro y opositores al régimen en Venezuela, por ejemplo.
En nuestro país, actualmente, el primer plano lo ocupan los leonelistas y los danilistas, los que favorecen la implementación de las políticas de equidad de género en las escuelas y los que las repudian, los pro-aborto y los que se oponen a él, entre otros. Todos ellos, con ligeras excepciones, llevan consigo el germen de la intolerancia, el cual les lleva a rechazar de plano las ideas y propuestas contrarias, sin posibilidad alguna de escuchar serena y objetivamente, y sin un análisis previo de los escenarios. La premisa común a todas las partes es “yo estoy bien, tú estás mal”, lo cual conspira contra la negociación y, naturalmente, contra el arribo a un acuerdo ganar-ganar, la expresión más genuina del bien común.
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