A más de tres semanas del homicidio de George Floyd, miles de manifestantes aún llenan las calles de muchas ciudades en los EE. UU.. Originalmente, las protestas reclamaron que se castigue con todo el peso de la ley a los oficiales vinculados en el caso y que se reformen prácticas policiales que afectan desproporcionadamente a los afroamericanos. Sin embargo, otras demandas que también persiguen la igualdad racial se han añadido, entre las cuales, hay interesantes debates.
Este es el caso de la remoción de estatuas, nombres y monumentos de generales y líderes políticos que lucharon en favor de los Estados Confederados de América en contra de la Unión durante la Guerra Civil Americana. Debido a que el principal objetivo de los Estados Confederados era mantener y extender la esclavitud, todos los símbolos alzados en honor a ese grupo tienen una connotación de racismo dependiendo a quien se pregunte.
Por un lado, hay quienes entienden que las estatuas de Robert E. Lee y las diez bases militares que llevan el nombre de generales confederados no veneran la esclavitud. Por el contrario, estos símbolos son parte de la historia estadounidense y eliminarlos coadyuva a olvidar las realidades sobre las cuales está construida esa nación. Por otro lado, muchos, entre los que me encuentro, entendemos que esos monumentos exaltan la figura de “líderes” que lucharon por la causa más injusta de todas, la esclavitud.
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Evidentemente, tratar de juzgar el carácter y las decisiones que tomaron personajes históricos no es tarea fácil. Hay que entender el contexto de su época y las justificaciones que tenían para defender su posición. Además, casi todos ellos realizaron proezas malas y buenas, aún bajo estándares modernos. Por ejemplo, Genghis Khan unificó tribus dispersas en todo un imperio practicando la meritocracia entre sus soldados y ejerciendo tolerancia religiosa. Al mismo tiempo, a sus invasiones se le atribuyen la muerte de 40 millones de personas (el 10 % de la población mundial al momento).
Igualmente, República Dominicana no esta lejos de tales controversias. Tenemos un faro en honor a un genocida, esclavista, timador… (la lista es larga) que colonizó la tierra de los tainos y con ello trajo prosperidad a los europeos y la “modernidad” a América. Y que decir de Pedro Santana cuyos restos descansan en el Panteón de la Patria junto a héroes nacionales menos controvertidos.
En el mismo orden, recuerdo que hace diez años o poco más, la comunidad israelita en Republica Dominica se manifestó en contra de la exhibición en algunos cines dominicanos de “el triunfo de la voluntad” (película de propaganda nazi) alegando que dicho filme representa una ideología de odio hacia los judíos. Recuerdo también que algunas personalidades defendían la exhibición de esta película argumentando que solo se hacia por su valor artístico y no por su contenido.
Ciertamente, tratar de borrar aspectos negativos de la historia esperando mejorar nuestro presente es contraproducente. No obstante, pienso que podemos encontrar alternativas para proteger la memoria sin agredir el sentimiento de los que hoy vivimos. En el caso especifico de EE. UU., el no lejano pasado de la esclavitud sumado al hecho de que la mayoría de estos monumentos se alzaron durante la era de Jim Crow, sugieren que tales memoriales estarían mejor si permanecieran relegados a libros de historia y no a obras de exhibición pública.
El pasado miércoles, NASCAR dio un tremendo paso al prohibir el uso de banderas confederadas en sus eventos. También la semana pasada, el gobernador del estado de Virginia, Ralph Northam, anunció que removerán la estatua de Robert E. Lee. Sin embargo, en República Dominicana son muchas las propuestas para sacar los restos de Santana del Panteón de la Patria que no han visto frutos. Y, hasta donde tengo conocimiento, no ha habido alguna propuesta formal para cambiar de nombre al controvertido faro.
Por último, quiero destacar el aspecto ideológico que yace en el corazón de este debate. Son los conservadores (en su mayoría hombres blancos, en los EE. UU.) los que se rehúsan eliminar los monumentos que resaltan una época en la que su grupo gozaba de absoluta primacía. Mientras que, los progresistas (grupo diverso de personas, en su mayoría jóvenes) anhelan vivir en un país que no rinda culto a los que por tanto tiempo abusaron de su poder.
Aunque ambas posiciones tienen buenos puntos en diferentes debates como el aborto y la asistencia social de los gobiernos, pienso que en esta discusión los conservadores están del lado equivocado de la historia. Para mí, tratar de preservar estos memoriales es tratar de mantener vivas ideas negativas. ¿Por qué son líderes conservadores los que más se obstinan en exaltar a figuras tan controvertidas? ¿Será que tratan de hacer héroes de villanos para que las futuras generaciones los conviertan en héroes a ellos también?