Cuando un conflicto se agrava, cuando el escenario se torna cada vez más complejo, la confrontación se nos presenta más desafiante, aumentando las amenazas y el peligro, y diluyendo las posibilidades de un abordaje pacífico y un resultado satisfactorio para todas las partes, nos encontramos frente a lo que se conoce como “escalada”. Así, las partes en pugna apelan, progresivamente, a actos más violentos.
El término “escalada” es aplicable a todo tipo de conflicto: las controversias intrafamiliares y de pareja, entre amigos y vecinos. De la misma manera, son frecuentes las escaladas en el marco de las disputas laborales y las guerras comerciales, así como también en los enfrentamientos sociales y políticos, y en los conflictos armados.
Con frecuencia, a las partes en conflicto, dados los altos niveles de compromiso emocional de que suelen ser rehenes y que interfieren con sus funciones ejecutivas y su capacidad para tomar decisiones basadas en el razonamiento consciente, el control y la flexibilidad cognitiva, se les dificulta advertir no solo los momentos críticos de esa espiral de violencia, sino también anticipar sus indeseables consecuencias. Esta es una de las causas más recurrentes de la comisión de actos de los cuales, más tarde, nos arrepentimos.
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Sin embargo, algunos indicadores nos pueden dar la voz de alarma y alertarnos sobre una escalada en el mismo momento en que se comienza a producir, gracias a lo cual es posible tomar medidas para detenerla. Entre estas “banderas rojas”, podemos citar el incremento del número de partes enfrentadas o, sencillamente, de las personas o grupos que toman partido en un sentido o en otro.
Otra bandera roja es el aumento de los temas o motivos que originaron la disputa, un riesgo proporcional al tiempo que se prolongue y que multiplica los desacuerdos, las tensiones y la energía que potencializa la violencia.
Un tercer factor que suele traer consigo la escalada del conflicto es la apelación a agresiones en ningún modo pertinentes al motivo de la controversia, como en los casos en que una de las partes procura neutralizar a su oponente con insultos alusivos a cuestiones totalmente ajenas, infligiendo heridas muy sensibles y exacerbando la ira del otro.
Finalmente, la transición de agresiones “blandas” a otras cada vez más “duras”, como cuando pasamos de la violencia verbal a la física o en el caso de emplear armas de mayor letalidad, constituye otra de las banderas rojas en cualquier situación de conflicto.
Existen algunas tácticas de “desescalamiento” para revertir la espiral de violencia o, en el peor de los casos, detenerla. Entre ellas, podemos figuran la adopción de comportamientos más flexibles por las partes, lo cual incluye disminuir el nivel de las propias demandas y hacer algunas concesiones.
Un “alto al fuego”, hasta que las emociones cedan la administración de nuestras decisiones al córtex prefrontal del cerebro y esto nos permita monitorear y regular mejor nuestros procesos cognitivos, en adición al entrenamiento en habilidades de comunicación asertiva, también constituyen valiosos recursos para sortear los peligros que encierran las escaladas indetenibles.
En última instancia, la intervención de un mediador podría ser la clave. Lo importante es evitar las crisis al tiempo que se fomenta un clima propicio para la negociación y la restauración de la paz.