Humildes notas sobre la memoria histórica y la sociedad dominicana

miércoles 1 mayo , 2024

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Julio Santana | Foto: Julio Santana

Los líderes del ámbito político suelen tener su vigencia y popularidad marcadas. Los que dejan rastros, buenos o malos, permanecen por más tiempo en la conciencia nacional. Trujillo, dictador por más de tres decenios en nuestra vida republicana, sigue presente en el recuerdo de los que tienen cierta formación general, especialmente histórica. Sin duda, ciertos líderes ejercen una influencia duradera en la conciencia nacional, moldeando la percepción histórica de la sociedad dominicana. Sus huellas, cuando son profundas en el sentido transformador, perduran a lo largo del tiempo.

Es impactante constatar, sin embargo, que la juventud actual, la que hoy se sitúa entre los 15 y 30 años, muestra tener información vaga, imprecisa o muy confusa sobre esa época de revelaciones y hechos horrorosos. No conocen a los hombres que ajusticiaron al tirano ni de los terribles sufrimientos y martirios padecidos por ellos y sus familias. Tampoco saben nada de los causales motrices de la insurrección de abril ni de los doce años de transformaciones, abusos, crímenes y persecuciones de la larga gestión del doctor Balaguer.

La llamada clase política dominicana, que en realidad comienza a estructurarse a partir de 1966, se alimenta de los beneficios de ese olvido histórico, así como de la falta de interés de las nuevas generaciones en general por los verdaderos problemas, muchos de ellos ancestrales, que viene cargando la población dominicana. Se trata de un binomio trágico: historia política-olvido ciudadano.

Obviamente, al olvido han contribuido serias transformaciones del contexto social, económico, político y tecnológico, todo lo cual se combina con agendas externas que subrepticiamente someten, manipulan e inducen comportamientos sociales beneficiosos para determinados ultra poderosos grupos de poder extranjeros.  Ellas están erosionando o haciendo literalmente desaparecer los valores tradicionales y culturales. La influencia exacerbada y descarnada de las élites occidentales y el avance de las redes sociales han exacerbado este proceso, contribuyendo al debilitamiento de los pilares éticos y morales de la sociedad.

La destrucción de los valores tradicionales, la indiferencia social, la inobservancia espantosa de las más elementales normas de la convivencia social, la vulgarización de la música, la destrucción de todos los atractivos del conocimiento y de la cultura en general, la más dañina aversión por el conocimiento de la historia de nuestro país, el escandaloso deterioro del aprendizaje escolar y de la escuela como espacio dignificante, el encumbramiento de la ignorancia, el crimen organizado e insolencia a los cargos públicos, el culto a lo material y a las más estridentes banalidades, el avasallante dominio de las redes de idiotas y la erosión progresiva de los pilares éticos de la familia y su desarticulación progresiva, entre otras muchas aristas sobresalientes de la realidad que se consolida en sus notables contradicciones, son distintivos tozudos de esta etapa de la vida republicana.

Estas aciagas características, sin ánimo de señalar a protagonistas conocidos, resultan ser perfectamente atribuibles como “méritos” a la clase política que viene conduciendo los destinos del país hace ya casi seis décadas. Por ejemplo, ciertos líderes políticos han capitalizado la falta de interés por los problemas ancestrales de la población, desviando la atención de su propia responsabilidad en la gestión de estos problemas.

Al margen de todos los estereotipos culturales inducidos, nuestros jóvenes al parecer hoy solo pueden mirarse en el espejo de los malos ejemplos de sus máximos guías políticos, supuestos artistas, meteóricos ricos, música vulgar, ciertos orientadores sin formación de la radio y la televisión, y un verdadero terrorífico aluvión de los así llamados influenciadores. En conjunto, y estamos siendo muy limitativos, todo ello apuntala el desgaste moral de la sociedad, es decir, la misma la dinámica social actual conspira contra toda moral, comportamiento ético, decencia y buenas costumbres.

Por ejemplo, muchos de nuestros “mentores políticos” no deberían tener vigencia alguna ni atreverse a tomar un micrófono para pedir el favor del voto ciudadano. Uno de ellos, con dos hermanos presos y toda su cercanía política sometida a costosos procesos judiciales que en definitiva son pagados con los fondos de los contribuyentes, debería ser abucheado en las calles y no ser admitido en ningún medio de comunicación que se respete.

La gran desgracia de este país es que el olvido ya no solo opera a largo plazo, es decir, aquel que se expresa en esa visceral ignorancia de todos los procesos y eventos cruciales de la historia reciente y lejana de este país, sino que se vislumbra ciertamente como una realidad de mediano plazo, cuando no de corto plazo.

Somos hoy incapaces de recordar o expresar “…acontecimientos significativos que en algún momento ocuparon un sitio en la vida del grupo, colectividad o sociedad, y cuya comunicación se ve obstruida o prohibida por entidades supragrupales, como el poder. En tal caso, los grupos de poder pretenden silenciar o relegar los sucesos otrora significativos de una colectividad por la sencilla razón de que les resultan impedimentos para legitimarse en el presente. De ahí que en todo momento pretendan imponer su visión particular sobre el pasado vivido y experimentado por toda una sociedad. En consecuencia, el mundo experiencial de una colectividad se ve reducido: el pasado se encuentra “encogido” (ver: Polis: Investigación y Análisis Sociopolítico y Psicosocial, vol. 3, núm. 2, segundo semestre, 2007, pp. 129-159).

En el caso particular que comentamos, la clase política aprueba descaradamente el presente caótico y desorientador para permanecer o legitimarse; invita a sus actividades a lo peor de la llamada música urbana; es permisiva contra las inmoralidades y le resulta conveniente la regresión ética porque ella misma, como corporación fácilmente identificable, no lo es.

Al lado del olvido así entendido, tenemos la pérdida de memoria que, en tanto que proceso selectivo, incorpora en este siglo, arrastrada por toda una serie de eventos sociales, lo irrelevante, lo banal, lo estridente sin sentido, las quizás  no tan subliminales lecciones emanadas de los cultos a los bufones e idiotas elevados al pedestal del reconocimiento social; todo ello es lo que en la sociedad actual parece tener sentido trascendente.

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Julio Santana

Economista (Ph.D) y especialista en sistemas nacionales de calidad, planificación estratégica y normatividad de la Administración Pública. Fue director de la antigua Dirección de Normas y Sistemas de Calidad (Digenor).

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