En las elecciones presidenciales del año 2012 Danilo Medina ganó en primera vuelta con un 51.2 % de los votos válidos emitidos. Recibió 2,323,463 votos a su favor.
Su triunfo fue sobre Hipólito Mejía, quien buscaba regresar al poder aspirando por el Partido Revolucionario Dominicano (PRD) antes de su división. El expresidente sacó 2,130,189 votos.
Ocho años después, en las elecciones presidenciales de 2020, Luis Abinader ganó en primera vuelta con un 52.5% en la boleta del Partido Revolucionario Moderno (PRM), que surgió tras el desprendimiento de la militancia del PRD.
Los lectores se preguntarán para qué hacer referencia a esos hechos que son de todos conocidos, pues se trata de informaciones muy publicitadas en su momento.
Bueno. De lo que casi no se habla es de la similitud en la votación recibida por Mejía y la que recibió Abinader ocho años después. Mejía, repito, se alzó con 2,130,189 votos en 2012, pero quedó en segundo lugar con un 46.9 %.
Sin embargo, Abinader, ocho años después, con una votación casi similar (2,154,876 votos) ganó las elecciones con un 52.5 %. De inicio, Abinader solo superó a Mejía con 24,687 votos, es decir, apenas 1.1% de diferencia, en un lapso de ocho años.
¿Cómo es posible que, con prácticamente la misma cantidad de votos, Mejía perdió con 46.9%, mientras Abinader ganó con 52.5 %? La respuesta está en la abstención electoral, en los bajos niveles de participación.
Lo primero a observar es que en las elecciones de 2012 votaron 4,567,052 personas, es decir, 403,777 más que los votantes en 2020, aun cuando el padrón era mucho más grande. Los que votaron en 2012 representaron el 70.2 % del padrón de entonces, que era de 6,502,968.
En tanto que los votantes de 2020 (8.8 % menos que en 2012) lo hicieron de un padrón de 7,529,932 cedulados. Eso indica que los votos registrados representaron apenas el 55.3 % del padrón.
Todo lo anterior indica que para ganar unas elecciones en primera vuelta (50 % más un voto) no necesariamente se requiere la mayor cantidad de sufragios, también se puede lograr si la participación de los oponentes es menor en determinada circunstancia.
El enfoque está en la necesidad de alcanzar más de la mitad de las votaciones, no del padrón. Esto es porque lo que se mide es el universo de participantes y no de personas que pueden participar.
Veamos un ejemplo. Supongamos un gremio de 800 miembros donde se harán elecciones y para ganar es preciso sacar el 50% de los votos emitidos, pero no se toma en cuenta la cantidad de votos no emitidos.
Entonces, se registran 450 votos y el candidato “A” saca 220 votos, el candidato “B” logra 200 y el candidato “C” alcanza apenas 30 votos. Eso indica que el candidato “A” obtuvo el primer lugar, pero no ganó, porque marcó un 48.8% de los votos emitidos. Necesita 50 %.
Ahora supongamos unas elecciones similares donde votan 430 de los 800 empadronados. El candidato “A” sacó dos votos menos (218), el candidato “B” sacó los mismos 200 votos, mientras el candidato “C” obtuvo solo 10 votos. Sin embargo, el candidato “A” logra el triunfo, porque su votación subió en términos porcentuales a un 50.7 %, es decir, más de la mitad de los votos emitidos.
En el primer caso hubo una abstención de un 43.7 % y el candidato en primer lugar no alcanzó la mitad más uno; mientras que en el segundo caso la abstención fue de un 46.2 % y el candidato en primer lugar, aun con dos votos menos, logró superar la mitad más uno y se alzó con el triunfo.
Entonces, en un escenario de votantes donde se requiere mayoría, el porcentaje de quien está en primer lugar aumenta si los que votarían en su contra se quedan en sus casas en lugar de ir a votar.
Por esa razón, si la oposición de un candidato en primer lugar desea evitar que llegue al 50%, debe ir a votar, aunque su candidato vaya a ganar. Si se queda en su casa y se abstiene, es como si estuviera votando por el primero, porque le sube el porcentaje y la posibilidad de alcanzar la mitad más uno.
En 2020 la abstención hizo que Abinader llegara a 52.5 % con los mismos votos que sacó Mejía en 2012 cuando marcó 46.9 %.
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