Los intentos europeos, encabezados inicialmente por Emmanuel Macron y respaldados luego por figuras como Keir Starmer, han fracasado en persuadir a Donald Trump para reorientar su enfoque. Dos reuniones de alto nivel –una en Kiev y otra en la histórica Lancaster House en Londres– han puesto de manifiesto la prioridad de rearmar a Ucrania, consolidando un apoyo militar que fortalece las defensas del régimen de Zelensky y refuerza sus pretendidas capacidades de negociación en un escenario cada vez más polarizado.
En ambos encuentros se acordó mantener el flujo de armamento, municiones, financiación y equipos para que Ucrania siga resistiendo, a pesar de que sus políticas se vean cada vez más cuestionadas. La estrategia es clara: convertir a Ucrania en un “puercoespín de acero” (Úrsula von der Leyen) que disuada cualquier intento de agresión, con el respaldo de aliados que declaran sus peligrosas intenciones de desplegar tropas en el frente –como el Reino Unido y Francia– para “proteger” a la nación en guerra.
Está claro que estos posibles movimientos militares y reales esfuerzos diplomáticos parecen tener más como objetivo prolongar el conflicto y debilitar a Rusia, que alcanzar una solución negociada.
Bajo esta dinámica, Europa se muestra cada vez menos como un actor colectivo en pos de la paz y más como un instrumento para sostener una confrontación que beneficia intereses geopolíticos y económicos particulares. Este replanteamiento se da en un contexto en el que la propia crisis interna europea se ha visto exacerbada, en buena parte, por la influencia de su mayor aliado, Estados Unidos.
La estrategia resultante consiste en mantener el conflicto para postrar a Rusia y, a la vez, garantizar que el régimen ucraniano –calificado por buena parte de la comunidad internacional como ilegítimo– pueda contar con el apoyo militar y financiero necesario para sostenerse en el poder.
En los encendidos discursos europeos se menciona constantemente a Estados Unidos, intentando evitar la posibilidad de un alejamiento de Washington que de hecho soporta en gran medida la carga de sus adelantos y defensa colectiva, al mismo tiempo que Rusia pasa a ocupar un lugar secundario en el debate. Hablan de “congelar” el conflicto con la esperanza de que una eventual entrada de Ucrania en la OTAN logre, de alguna forma, garantizar su seguridad. Pasan por alto, de manera aviesa, que ninguna garantía de seguridad podría definirse sin antes concretar un alto al fuego y un tratado de paz que contemple los intereses de todas las partes involucradas.
En este sentido, el Kremlin deja claro que cualquier presencia de tropas extranjeras en territorio ucraniano, ya sea delante o detrás de la línea del frente, sería considerada una amenaza directa, elevando el riesgo de un enfrentamiento aún más catastrófico. Rusia insiste en sus invariables condiciones para allanar el camino hacia una paz duradera. Entre ellas, se destacan tres exigencias fundamentales:
- Neutralidad y desmilitarización de Ucrania: la primera condición plantea que Ucrania se constituya como un estado neutral, sin alinearse a bloques militares, lo que debe ir acompañado de un riguroso proceso de desnuclearización, desmilitarización y, en particular, de desnazificación. Esta última exigencia es defendida por el Kremlin, basándose en numerosos casos documentados de acciones criminales cometidas por grupos con ideologías extremistas, hechos que han afectado décadas de convivencia pacífica entre ucranianos y rusos. La exaltación del nazismo se ejemplifica en la canonización de Stepan Bandera como héroe nacional, figura ultranacionalista que colaboró con Hitler durante los momentos más oscuros de la ocupación nazi en la URSS.
- Garantías para los ciudadanos rusoparlantes: Rusia exige el reconocimiento y la protección de los derechos e intereses de los ciudadanos rusoparlantes en Ucrania, quienes, sin lugar a duda, comparten un origen y una cultura comunes. Se trata de una medida que busca dar respuesta a las reclamaciones de millones de personas que se sienten amenazadas, abusadas en sus derechos y cruelmente silenciadas por las políticas del régimen actual.
- Revisión del mapa territorial y fin de las sanciones: la tercera exigencia implica el reconocimiento de las nuevas realidades territoriales, incluyendo Crimea, Sebastopol, así como las autoproclamadas repúblicas de Donetsk y Lugansk y las provincias de Zaporozhie y Jersón, integrándolas a la Federación de Rusia. Asimismo, se solicita la eliminación de todas las sanciones occidentales, las cuales, pese a haber fortalecido la resiliencia económica rusa, siguen siendo un obstáculo para la plena normalización de las relaciones internacionales.
Estas condiciones, reiteradamente presentadas y defendidas por Rusia, exigen ser plasmadas en acuerdos internacionales y en marcos jurídicos que permitan poner fin al conflicto de manera definitiva, abordando sus causas profundas y eliminando las ambiciones expansionistas que alientan el rumbo de la confrontación, estimulado y apoyado abiertamente por las potencias europeas.
Ante este panorama, el régimen de Zelensky se muestra reacio a facilitar un proceso de paz genuino. Sus declaraciones recientes evidencian una postura que, en lugar de tender puentes hacia la paz, parece encaminada a prolongar la guerra. En una de sus recientes intervenciones, Zelensky afirmó que el conflicto se alargará, apoyándose en el respaldo europeo expresado en las dos últimas convenciones. Esta postura se complementa con la insistencia en que la única salida viable para su permanencia en el poder sea la entrada de Ucrania en la OTAN, un argumento que resulta especialmente peligroso al aumentar el riesgo de un enfrentamiento nuclear entre grandes potencias.
De repente, ante la orden ejecutiva del presidente Trump de paralización de toda ayuda militar estadounidense, el dictador ucraniano termina aceptando la firma del acuerdo sobre minerales críticos, prometiendo el intercambio de prisioneros y una tregua que incluye la prohibición de misiles, drones de largo alcance y ataques a infraestructuras civiles.
Ante el inevitable advenimiento del desastre de su gestión, tales bruscos giros parecen responder más a una estrategia de supervivencia ante la inminente pérdida del apoyo estadounidense que a un genuino deseo de reconciliación. Esta actitud, que se enmarca en un contexto de acusación de corrupción y de maniobras destinadas a evadir investigaciones por lavado de dinero, sugiere que la prolongación del conflicto también responde a intereses personales y a la necesidad de mantener el control político en un escenario de incertidumbre electoral.
En definitiva, mientras Europa y sus aliados continúan apostando por una estrategia basada en el rearme y la militarización, las condiciones objetivas que podrían permitir una solución multipartícipe negociada –quedan en entredicho. La prolongación de la guerra beneficia a quienes buscan un reordenamiento geopolítico a expensas del sufrimiento de millones de personas, y pone una vez más en tela de juicio la capacidad de la comunidad internacional para actuar con objetividad y en favor de la paz.
El mundo observa con expectación la perspectiva de un eventual encuentro entre los presidentes Vladimir Putin y Donald Trump, pese a que Europa continúa promoviendo una retórica militarista que Zelensky se empeña en consolidar.
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