La contienda que librará el pueblo dominicano durante la campaña electoral que nunca cesa en nuestro país, que no da tregua porque no hay ley ni autoridad que lo impida, será entre el pasado ominoso del Partido de la Liberación Dominicana, en decadencia total, y la llamada Fuerza del Pueblo que intenta salir del fango político donde nació, con un liderazgo rezagado que debió estar sepultado tras el paso de los años, pero que inexplicablemente mantiene alguna vigencia.
Nos abocamos a una lucha contra lo viejo y lo nuevo, contra el pasado y el presente, contra la decencia y la indecencia, contra la corrupción rampante y la lucha permanente contra ella. El pueblo tendrá que decidir entre lo bueno y lo malo. No habrá términos medios: con Dios o con el Diablo.
El Partido de la Liberación Dominicana difícilmente se recupere de la crisis moral que lo sacude. Sus principales dirigentes no pueden levantar mucho la cabeza sin que aparezca una guillotina judicial. Danilo Medina seguirá durmiendo con ropa por mucho tiempo. Y como si fuera poco la Constitución le impide volver al ruedo electoral en busca de la presidencia nuevamente. Quienes aspiran a sustituirlo no tienen el aval ni la estatura política para una candidatura sólida con posibilidades de triunfo.
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El lastre de la corrupción del PLD es demasiado grande y pesado. En ese partido hay que producir una revolución interna que barra con su pasado. El PLD hay que hacerlo de nuevo sustituyendo a los viejos líderes responsables de la crisis que lo sacude y retomar los principios que le dieron origen en 1973. De lo contrario, seguirá sumergido en el lodazar de donde dijo fallecido Reinaldo Pérez Pérez que salió sin enlodarse.
El caso de Leonel Fernández es un tanto distinto: está habilitado constitucionalmente, aunque algunos prestigiosos juristas dicen que no porque fue presidente durante dos periodos consecutivos. Leonel creó un partido propio, sin ideología, ni principios que lo sustenten. Mientras el mesianismo y el caudillismo desaparecen en toda la región, él intenta emerger como tal. La mal llamada Fuerza del Pueblo (nombre que la JCE nunca debió concederle) es Leonel Fernández, si enferma o muere (ojalá no ocurra) desaparece porque no hay relevo, no hay quien lo sustituya. Como diría el talentoso músico y compositor Ramón Orlando, “no hay nadie más”.
Leonel fue “pasado en copa nueva” cuando asumió la presidencia por primera vez en 1996. Luego fue pasado solamente. Y lo sigue siendo, por lo menos conceptualmente, ideológicamente. Está ofreciendo lo que no hizo en 12 años ni permitió que lo hiciera Danilo, su pupilo, socio y compinche por mucho tiempo. Debería tener doce años durmiendo con ropa en la misma cama con su homólogo Danilo Medina.
El expresidente Fernández es responsable directo de los males que padece hoy el país porque lejos de producir cambios políticos y transformaciones económicas y sociales, fortaleciendo la institucionalidad, combatir la corrupción y crean un sistema de justicia independiente y fuerte, no lo hizo. Encabezó un gobierno corrupto, que profundizó los males que encontró.
Fernández encabezó los gobiernos más corruptos y abominables que registre la historia contemporánea. Y ahora pretende presentarse como un santico con su cara de yo no fui prometiendo hacer lo que no hizo en 20 años, 12 de los cuales los encabezó directamente. (A otro perro con ese hueso) Estamos ante un zorro vestido de oveja. El cuento de Caperucita y el lobo feroz.
Entre Leonel Fernández y Luis Abinader la diferencia es del cielo a la tierra. No es verdad que la brecha que los separa se esté achicando, como ha dicho. Al contrario, siempre será muy grande. La brecha que separa a Leonel de Luis no es electoral, ni política, es ética y moral. ¡Y esa sí que es inmensa! ¡Uno es el pasado ominoso, el otro es el presente y el futuro luminoso!
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