“La conducta suicida es un fenómeno complejo, con implicaciones existenciales, psicopatológicas, sociales e incluso morales. Es difícil de definir y delimitar…” (Alejandro Rocamora). De acuerdo con el psiquiatra español, este comportamiento puede estar relacionado con alguna patología, tal como trastornos afectivos, esquizofrenia, adicciones o trastorno límite de la personalidad. Pero también puede ser una respuesta a alguna crisis emocional, soledad, pérdidas o crisis de valores, entre otras.
Asegura que el sentimiento de impotencia e incapacidad de control, lo cual provoca déficit motivacional, cognitivo y emocional, indefensión y desesperanza, puede llevar a la depresión y, consiguientemente, al suicidio.
Por su parte, el también psiquiatra, estadounidense, Aaron Beck, plantea que la persona deprimida llega al suicidio por la presencia de la triada cognitiva (visión negativa de sí mismo, del mundo y del futuro) que le lleva a no contemplar alguna salida a sus problemas. A esto se suman los esquemas y errores cognitivos en que se mueve la persona deprimida.
Siguiendo la línea de análisis del primero, el suicidio se puede programar y realizar como forma liberadora de los conflictos que invaden a ese ser humano en ese momento: “no puedo más”, “estoy harto de sufrir”, etc. No importa tanto lo que se va a encontrar después de la muerte, como lo que se va a dejar: dolor, pena, sufrimiento. Lo importante es romper el callejón sin salida.
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Son muy diferentes los mensajes que quiere transmitir el presuicida: llamada de socorro (ser escuchado), victimización (preocupación por comunicar su malestar y desgracia), sadismo (no agredirse, sino agredir al otro), culpabilización (en caso de pérdida, siente que no hizo lo suficiente para salvar al ser querido), reacciones en cortocircuito (no soporta la angustia que le provoca algún acontecimiento traumático, como una separación o el diagnóstico de una enfermedad catastrófica).
Rocamora cita muchos mitos respecto a los comportamientos suicidas, siendo uno de los principales la falsa creencia popular de que “el que se quiere matar no lo dice”, “el que lo dice no lo hace” o “es solo para llamar la atención”. La mayor parte de las personas que terminan suicidándose deja claramente sus propósitos, expresó con palabras, amenazas, gestos o cambios de conducta lo que ocurriría. Todas las amenazas de daño a sí mismo se deben tomar en serio.
Retar al suicida es un acto irresponsable, pues se está frente a una persona vulnerable en situación de crisis cuyos mecanismos de adaptación han fracasado. Por ende, es también falsa la creencia de que “si se reta a un suicida, no lo realiza”, de acuerdo con Rocamora.
La mayoría de las personas con ideas suicidas comunican sus pensamientos a por lo menos otra persona, o llaman a una línea telefónica de crisis o a un profesional de la conducta, lo cual es prueba de ambivalencia, no de intención irrevocable de terminar con su vida.
El experto sentencia: "… vida y muerte son como dos caras de una misma moneda, que es la propia existencia. Muerte y vida son dos realidades que están entretejidas. Una no puede existir sin la otra. Donde hay vida, puede haber muerte, y la muerte siempre presupone la existencia de vida. La muerte no es el último instante de la vida. Estamos muriendo en cada momento…"
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