Cada 2 de noviembre se conmemora el Día de los Difuntos o Día de los Muertos. La ocasión es propicia para que, apoyados en el psiquiatra español Alejandro Rocamora, señalemos algunas consideraciones a tomar en cuenta por parte de aquellos parientes y amigos que concurren a las funerarias y otros espacios dedicados a la práctica de rituales y costumbres que tienen como objetivo dar el último adiós a la persona que fallece.
En nuestra cultura se trata, sin lugar a dudas, de uno de los momentos que más conmoción emocional comporta en el marco del proceso de elaboración del duelo, puesto que nos coloca al borde de la fatal despedida, tan dolorosa como inminente.
Son muchos los desaciertos que cometemos con frecuencia al momento de acudir a brindar nuestro apoyo a los familiares, a pesar del noble propósito que nos alienta: solidarizarnos con el dolor de nuestro pariente o amigo, acompañarlo en su infortunio.
Uno de los errores más comunes que cometemos cuando vamos a "dar el pésame" es la locuacidad con que lo hacemos. Abrumar con preguntas, tal como las circunstancias en que falleció la persona, en lugar de generar consuelo, estimula aún más el dolor y el sufrimiento, ya que, en ese instante, al doliente tan solo basta nuestra presencia, un cálido abrazo, nuestro "silencio empático" y sentir que pueden contar con nosotros en ese trance de su existencia.
"Tienes que ser fuerte" es una de las expresiones más socorridas en momentos como éstos, una frase que, contrario a lo que muchos creen, resulta fría y lejana para la persona que llora la partida irreparable de un ser querido. Cuando pronunciamos frases como ésas, dejamos en el otro la amarga sensación de que no comprendemos su dolor y estamos ajenos al mismo.
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Tampoco debemos intentar consolar al amigo que atraviesa por un momento tan aciago invitándolo a enfocarse en todo lo bueno que aún le queda y la vida que tiene por delante. En momentos como ése es natural que poco importe lo que se tiene y el sufrimiento se centra en lo que se ha perdido.
Ofrecer ayuda práctica y concreta, más que propuestas generales y ambiguas, pueden resultar de mayor utilidad para el doliente. Decirle que estamos a su disposición resulta mucho menos reconfortante que ocuparse de resolver ciertas situaciones propias de momentos como ésos.
Es muy conveniente evitar ser invadido por la angustia del otro, sin, naturalmente, dejar de mostrar empatía. De lo contrario, nos mostraremos débiles e insuficientes para poder ayudar.
La costumbre de intentar obstruir la expresión abierta del dolor y el sufrimiento del doliente bajo la premisa de que puede ser perdudicial porque relantiza el proceso, representa uno de los mitos más presentes durante la elaboración del duelo.
Tomemos en cuenta que la manifestación catártica del dolor y el sufrimiento es uno de los de los recursos que más está al alcance de la persona que sufre el desconsuelo por la pérdida irreparable de un ser querido. Se trata de una actividad liberadora que le facilita clarificar sus pensamientos e ir avanzando hacia la asunción de las demás tareas propias del proceso de elaboración del duelo, al tiempo que avanza hacia la aceptación la muerte como parte de la misma vida.
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