El COVID-19 ha dado al traste no solo con la salud física y mental de muchas personas, sino también con la salud financiera de miles de empresas, pues de acuerdo con la Organización Mundial del Trabajo, casi la mitad de la población activa mundial corre el peligro inminente de ver desaparecer sus fuentes de sustento.
Ante esta contingencia, las empresas se ven compelidas a emprender acciones para no sucumbir, implementando estrategias de innovación y desarrollando las competencias de adaptabilidad y flexibilidad a la altura de la magnitud de la turbulencia.
En un ambiente de incertidumbre, es el capital humano el factor del proceso de producción que más retos comporta. Son las personas que, con mucha frecuencia, se resisten a alinear su desempeño con las exigencias del momento. Esto, paradójicamente, no se corresponde con la enorme capacidad que tiene el ser humano para ser resiliente y adaptarse a nuevos ambientes, siendo el ser vivo en la escala filogenética que mayores competencias exhibe en ese orden.
¿Por qué las personas se resisten a los cambios? Los cambios representan escenarios nuevos y, por ende, desconocidos, lo que genera, naturalmente, estrés y aprensión. "Más vale malo conocido que bueno por conocer", reza la sabiduría popular, con lo cual hace alusión también a la carencia de informaciones respecto a las decisiones que toma la administración.
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De igual manera tendemos a rechazar las nuevas prácticas porque el cambio podría estar amenazando nuestros intereses y nuestras cuotas de poder en la organización.
Otra explicación toma en cuenta la cultura organizacional. Ésta se va construyendo sobre la base de los valores y las prácticas que como grupo identifican y mantienen cohesionados a los colaboradores. Esas costumbres, frecuentemente, se ven amenazadas por la nueva realidad.
Identificar a aquellos colaboradores a los cuales se les dificulta adaptarse a los cambios, representa una medida de primer orden para la gerencia, ya que los mismos actúan como fuerzas restrictivas que conspiran contra el éxito de los planes.
Algunos reaccionan con conductas de desaliento y confusión. Otros dedicarán sus esfuerzos a las críticas virulentas contra el proceso. Habrá, incluso, quienes sabotearán los logros alcanzados.
La solución estará en función de cada caso. De esta manera, una permanente política de información y comunicación generará la comprensión y el involucramiento de los más suspicaces, a los cuales se les deberá ofrecer apoyo emocional y capacitación.
Por otra parte, hay que ser receptivos y escuchar a todos los trabajadores, incluyendo a los más escépticos, no solo porque esto constituye una válvula de escape para su confusión y frustración, sino también debido a que muchos de los señalamientos más atinados podrían provenir precisamente de estos sectores.
De cualquier manera, no hay que perder de vista que habrá quienes jamás querrán asumir el cambio como parte de los fundamentos de la visión estratégica y permanecerán combatiendo permanentemente cualquier esfuerzo.
Lamentablemente, no podemos darnos el lujo de navegar en altamar con personas que pongan en peligro la embarcación, colocando témpanos de hielo contra los cuales podemos estrellarnos. Si queremos llegar a puerto seguro, tenemos que recorrer la ruta con los más optimistas y visionarios, los que estén verdaderamente dispuestos a correr riesgos y aprender. Tampoco olvidemos compartir con éstos los frutos cuando llegue el momento de cantar victoria.