El “Gobierno Profundo” de EE. UU., que no es monolítico, es el que está detrás del que opera en la superficie con el rostro de la Administración Trump.
Ahora ese poder subterráneo -aun con sus divisiones internas y sus diversos enclaves en competencia- ha logrado coherenciar aspectos fundamentales de la política exterior de esa superpotencia, luego de ciertas remociones administrativas.
La crisis del PLD -“corporación política-económica” que articula una dictadura institucionalizada bajo el control del presidente de la República y su Comité Político- tiene que ver con la decadencia en picada de una de sus “compañías por acciones” y el inicio de la declinación de la que hoy asume el control del Gobierno y del Estado, junto a una intensa asociación con sectores importantes de la clase dominante.
Ambas facciones, la pele-leonelista y la pele-danilista, acremente enfrentadas por sus respectivas preeminencias en el seno del poder constituido, que se traducen en acumulación de riquezas, autoritarismo e impunidad.
La primera quiere volver a gobernar, pasando por alto su enorme descrédito y su gran tasa de rechazo; y la segunda quiere quedarse, pese a las fuertes señales de su declive y el inmenso repudio que concita su espurio y empecinado afán reeleccionista.
Y como la preeminencia en esas condiciones de una u otra facción podría ser factor de inestabilidad e ingobernabilidad en el corto o mediano, se manifiesta con más crudeza la determinación del “Gobierno Profundo” de EEUU de controlar más directamente nuestro país.
Objeciones imperiales dentro de preferencias relativas
Ahora bien, dadas las características dictatoriales de los modelos impuestos por la contraofensiva estadounidense en esta región (dicta-blandas), no es difícil deducir que la corporación política-económica que encarna el PLD sigue siendo la más adecuada a esos propósitos estadounidenses; más aun después de su alineamiento con el Grupo de Lima, formula Guaidó y Gobierno de Trump-.
Eso no quiere decir que prefieran a las dos, o a una de las dos facciones, en pugnas, sino a la corporación PLD como tal; y no porque la oposición, hegemonizada por el PRM, no sea dócil, que lo es, sino porque carece de ese poder y porque la maquinaria que exhibe y despliega el partido morado ofrece más garantías en cuanto a control absoluto y eficaz de todas las instituciones, sobre todo si se logra un nuevo pacto interno que lo recicle y reunifique, concomitantemente con una mayor intervención estadounidense.
En ese orden la cúpula imperial sabe apreciar que Leonel está bloqueado a nivel interno por el pele-danilismo, tiene menos posibilidades de imponerse hacia fuera y genera más riesgos de inestabilidad al no controlar la maquinaria estatal; y por eso se la ponen cada vez más difícil, aupando el quirinazo, manipulando bocinas como Jaime Bayly y desplegando champañas internacionales de descr´´dito.
Al mismo tiempo presionan a Danilo a que desista en favor de una tercera opción morada (mediante un pacto interno que amarre a Leonel); o a que, en caso que opte por imponerse, profundice previamente el camino de las concesiones a EEUU, ya iniciado con su viraje en el tema venezolano y latino-caribeño, con las periódicas operaciones del Comando Sur en territorio dominicano, el inicio del desmantelamiento de las aéreas protegidas para facilitar el saqueo minero y el incremento de la tutela del FBI sobre la PN, de la DEA en la DNCD y la CIA en la DNI.
La tercera opción pactada, que desarmaría la ruptura a cargo de Leonel, podría apuntar en dirección a Margarita Cedeño, que será más de los mismo con otro rostro no tan desgastado, lo que temporalmente le quita presión a la olla y preservaría esta dictadura constitucional aun mas re-colonizada a consecuencia de más intervención político-militar.
Es difícil todavía hacer vaticinios categóricos sobre desenlaces posibles.
Las presiones y las resistencias no cesan.
Las primeras ayudadas por tres factores recientes: la campaña internacional sobre la inseguridad del país basada en hechos culposos y no culposos, el impacto demoledor del atentado contra David Ortiz y el inicio de la disidencia anti-reeleccionista de la facción tecnocrática-sociedad civil del gabinete presidencial.
Las segundas apoyadas en una maquinaria poderosa que no ha sido desmontada y procura imponerse contra vientos y mareas.
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